jueves, 26 de diciembre de 2019

Siete noches -Jorge Luis Borges.



Siete noches Jorge Luis Borges.

Siete Noches es un libro editado en 1980 que reúne las conferencias ofrecidas por el escritor argentino Jorge Luis Borges en el Teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires en 1977. Cada una de las conferencias constituye un capítulo de este libro cuya revisión fue realizada en colaboración con Roy Bartholomew.

Para el salvaje o para el niño los sueños son un episodio de la vigilia, para los poetas y los místicos no es imposible que toda la vigilia sea un sueño. Esto lo dice, de modo seco y lacónico, Calderón: la vida es sueño. Y lo dice ya con una imagen, Shakespeare: «Estamos hechos de la misma madera que nuestros sueños»; y espléndidamente, lo dice el poeta austríaco Walter von der Vogelweide, quien se pregunta (lo diré en mi mal alemán primero y luego en mi mejor español): Ist es mein Leben getraümt oder ist es wahr?, «¿He soñado mi vida, o fue un sueño?» No está seguro. Lo que nos lleva, desde luego, al solipsismo; a la sospecha de que sólo hay un soñador y ese soñador es cada uno de nosotros.

(Tomado de Siete Noches,Jorge Luis Borges en Obras Completas, Emecé, Buenos Aires, Tomo III, pág. 223.)


Observaciones 
Con respecto de la traducción que Borges hace de la frase de Shakespeare, Víctor Hurtado Oviedo en un artículo de La Nación titulado La madera de nuestros sueños opina que "Con originalidad, Jorge Luis Borges tradujo un verso de Shakespeare:
 “Estamos hechos de la misma madera que nuestros sueños” (conferencia “La pesadilla”en el libro Siete noches). Los genios huyen de lo normal, y Borges solía hacerlo, pero volvía siempre a nosotros; es decir, a lo normal. 

Lo normal es traducir aquel verso y poner ‘de la misma materia ’. Así aconsejan los diccionarios bilingues, pero Borges eligió una desviación elegante pues la palabra ‘madera’ es sobrina lejana de ‘materia’. Del latín ‘materia’ derivó ‘madera’. Ambos términos son corderitos del habla que triscan en el mismo campo semántico.

Fuente: 
La madera de nuestros sueños 
por Víctor Hurtado Oviedo 14 agosto, 2011

Retrato de Walther von der Vogelweide 
Codex Manesse (Folio 124r)



Las conferencias sobre La Divina Comedia, La pesadilla y Las mil y una noches fueron dictadas el 1º, el 15 y el 22 de junio. El budismo, La poesía y La cábala fueron dictadas el 6, el 13 y el 26 de julio, y La ceguera el 3 de agosto. El tema de la sexta conferencia fue decidido las vísperas, pues Borges desistió a último momento de hablar de los gnósticos de Alejandría, como había sido anunciado. Las siete constituyen el ciclo de conferencias más extenso brindado por el autor de El Aleph. Cuando Borges dio las conferencias se hallaba en un período de mala salud y ánimo depresivo. De sus charlas se tomó registro en cintas magnetofónicas y, de ellas, se tomó material para publicar en siete suplementos especiales de un diario porteño otras tantas versiones, con cortes arbitrarios, errores de transcripción y exceso de erratas. Para 1979 Borges aceptó reunir todas las conferencias en un solo volumen a condición de someter a revisión lo ya publicado. Roy Batholomew tuvo a su cargo la tarea de conseguir los ejemplares publicados, salvar las erratas, corregir los errores de transcripción, confrontar las citas, eliminar las muletillas propias de una exposición oral y leerle, finalmente, el resultado a Borges. Una y otra vez, cinco, seis y siete veces debió leerle cada párrafo, cada oración, dos o tres veces cada conferencia, con el objeto de corresponder a la implacable responsabilidad de Borges para revisar y corregir sus escritos. Éste quitó muchas cosas, casi no agregó nada, transformó todo, respetando escrupulosamente la idea original. Los temas del libro son algunos de los que han apasionado a Borges durante toda su vida. Terminada la tarea y puesto el título de Siete noches, Borges dijo: "No está mal; me parece que sobre temas que tanto me han obsesionado, este libro es mi testamento".


La pesadilla (The Nightmare en inglés), también conocida como El íncubo, es un cuadro de Johann Heinrich Füssli, pintor suizo establecido en Gran Bretaña. El pintor hizo varias versiones sobre el tema, siendo la más famosa la de 1781, perteneciente al Institute of Arts de Detroit; otra, de 1790-91, se encuentra en el Goethes Elternhaus de Fráncfort del Meno.

Füssli, pintor de estilo manierista, a caballo entre el neoclasicismo y el romanticismo, hizo esta obra inspirándose en el Sueño de Hécuba de Giulio Romano —o bien en el Sueño de Rafael, de Marcantonio Raimondi—. En él vemos una mujer dormida poseída por un íncubo, demonio que se presenta en sueños de tipo erótico, apareciendo en segundo plano la cabeza de un caballo de aire fantasmal que contempla la escena. La fisonomía de la mujer pintada corresponde a Anna Landoldt, sobrina de su amigo Johann Caspar Lavater, por la que el pintor sentía una gran pasión. Cabe remarcar que en el reverso del cuadro figura una composición titulada Retrato de una mujer joven, posiblemente Anna.

Es una de las obras más emblemáticas de este pintor, reflejando los temas preferidos a lo largo de su obra: satanismo, horror, miedo, soledad, erotismo. Füssli recrea en esta obra un mundo nocturno y teatral, con fuertes contrastes lumínicos, que inspirará toda la imaginería satánica del siglo XIX. Su título en alemán, Nachtmahr, era el nombre del caballo de Mefistófeles.

La obra de Füssli presenta un aspecto contradictorio: mientras la superficie del cuadro, la técnica, nos hablan de mesura y contención, las tintas frías y dramáticas y el mundo de sus personajes nos sumergen en un mundo fascinante y horrible, fiel expresión de la poética, tan británica, de lo sublime. Su atmósfera de ensueño, su alusión al mundo de íncubos y demonios de la tradición inglesa, el aire de un erotismo de pesadilla, convierten esta obra en un antecedente del surrealismo –como en las visiones nocturnas de Paul Delvaux–.







John Henry Fuseli - The Nightmar



The Nightmare, o El íncubo, es un extraño cuadro de Johann Heinrich Füssli, o como le llamaron los ingleses, Henry Fuseli.

El pintor suizo se fue a probar suerte a Gran Bretaña y ya se estableció en el país, siendo admirado por su erudición en arte. Desde luego sus cuadros, que no escatiman en oscuridad y mal rollo no fueron muy apreciados popularmente en su día, pero a la larga resultó ser cierto lo que decía William Blake de él: “se ha adelantado cien años a la generación actual”.

En el lienzo vemos una mujer dormida poseída por un íncubo, demonio que aparece en los sueños eróticos. Al fondo un terrorífico caballo observa la escena onírica construida en un ambiente teatral (con esa cortina al más puro estilo David Lynch).

Ocultismo, terror, erotismo… 
Esto era lo que le interesaba a este visionario que recrea ese mundo de los sueños nocturno y teatral, que tanto influiría en la Inglaterra Victoriana, con sus corrientes ocultistas, y siglos después a los surrealistas, a los que les encantaban estas temáticas.

Con esta obra, que nos habla de lo sublime, Fuseli se adelantó también al romanticismo, movimiento artístico que barrería Europa en pocos años.


Segunda versión de La pesadilla  por Füssli, Goethes Elternhaus de Fráncfort del Meno, 1790-1791


viernes, 29 de noviembre de 2019

Alfabetos Humanos





Las letras tienen una cualidad misteriosa y cabalística que ha inspirado a artistas a través de los siglos. Los calígrafos, pintores y grabadores nunca han dejado de darles forma y decorarlos, utilizándolos como punto de partida para sueños y fantasías ilimitados. Las iniciales iluminadas de los manuscritos medievales, que van desde la exuberancia románica hasta el exceso gótico, allanaron el camino. No solo hubo escenas bíblicas, sino también bestias míticas y figuras humanas que fueron precursoras directas de los alfabetos zoomorfos y antropomórficos del Renacimiento y posteriores. Con la invención de la imprenta, la inventiva de los artistas no conoció límites. Las letras adornadas presentaban eventos históricos y míticos, paisajes románticos, árboles, flores, edificios, payasos, demonios, niños y todo tipo de animales. De hecho, no había ningún tema que no pudiera ponerse al servicio del alfabeto animado. 

Alfabeto 1 

Alfabetos humanos 1 (740 - 1542) 

• Alfabeto figurativo de Giovannino de 'Grassi (c. 1390) 
• Alfabeto de mayúsculas berlinesas (c. 1400) 
• letra' A 'de un alfabeto ornamental de Anónimo (c. 1480-1500) 
• Figura Alfabeto de Master ES (c. 1465) 
• Alfabeto grotesco de autor desconocido (c. 1464) 
• Inicial historiada 'H' de San Petersburgo Bede (c. 737-746) 
• Iniciales historiadas 'D' del salterio vespasiano (c.750-800 ) 
• Iniciales historiadas 'I', 'T' del Sacramentaire de Gellone (c. 780-800) 
• Iniciales historiadas del Salterio Corbie (c.801-900) 
• Iniciales historiadas T, C, D, del Sacramentario de Drogo (c. 845 - 855) 
• Inicial historiada "L" de los Évangiles de Drogon (c. 845 - 855) 
• T inicial historiada del sacramentario de Metz (c. 850 - 900) 
• Iniciales historiadas de los Évangiles de Saint -Médard de Soissons (c. 801-900) 
• Iniciales historiadas de la Biblia de la Sauve-Majeure II (c. 999 - 1098) 
• Inicial historiada 'R' de la vida de San Dunstan (c. 1076-1125) 
• Iniciales historiadas H, L de la Biblia d 'Étienne Harding (c. 1109 - 1111) 
• Iniciales historiadas de la Moralia en Job de Gregorio Magno (c. 1111 - 1115)
 • Historiador d iniciales de la Moralia en Job de Gregory the Great (c. 1101 - 1125) • Iniciales historiadas de la Moralia en Job de Gregory the Great (c. 1143 - 1178)


lunes, 18 de noviembre de 2019

El vestido verde aceituna - Silvina ocampo



El vestido verde aceituna
Silvina ocampo



Las vidrieras venían a su encuentro. Había salido nada más que para hacer compras esa mañana. Miss Hilton se sonrojaba fácilmente, tenía una piel transparente de papel manteca, como los paquetes en los cuales se ve todo lo que viene envuelto; pero dentro de esas transparencias había capas delgadísimas de misterio, detrás de las ramificaciones de venas que crecían como un arbolito sobre su frente. No tenía ninguna edad y uno creía sorprender en ella un gesto de infancia, justo en el momento en que se acentuaban las arrugas más profundas de la cara y la blancura de las trenzas. Otras veces uno creía sorprender en ella una lisura de muchacha joven y un pelo muy rubio, justo en el momento en que se acentuaban los gestos intermitentes de la vejez.

Había viajado por todo el mundo en un barco de carga, envuelta en marineros y humo negro. Conocía América y casi todo el Oriente. Soñaba siempre volver a Ceilán. Allí había conocido a un indio que vivía en un jardín rodeado de serpientes. Miss Hilton se bañaba con un traje de baño largo y grande como un globo a la luz de la luna, en un mar tibio donde uno buscaba el agua indefinidamente, sin encontrarla, porque era de la misma temperatura que el aire. Se había comprado un sombrero ancho de paja con un pavo real pintado encima, que llovía alas en ondas sobre su cara pensativa. Le habían regalado piedras y pulseras, le habían regalado chales y serpientes embalsamadas, pájaros apolillados que guardaba en un baúl, en la casa de pensión. Toda su vida estaba encerrada en aquel baúl, toda su vida estaba consagrada a juntar modestas curiosidades a lo largo de sus viajes, para después, en un gesto de intimidad suprema que la acercaba súbitamente a los seres, abrir el baúl y mostrar uno por uno sus recuerdos. Entonces volvía a bañarse en las playas tibias de Ceilán, volvía a viajar por la China, donde un chino amenazó matarla si no se casaba con él. Volvía a viajar por España, donde se desmayaba en las corridas de toros, debajo de las alas de pavo real del sombrero que temblaba anunciándole de antemano, como un termómetro, su desmayo. Volvía a viajar por Italia. En Venecia iba de dama de compañía de una argentina. Había dormido en un cuarto debajo de un cielo pintado donde descansaba sobre una parva de pasto una pastora vestida de color rosa con una hoz en la mano. Había visitado todos los museos. Le gustaban más que los canales las calles angostas, de cementerio, de Venecia, donde sus piernas corrían y no se dormían como en las góndolas.

Se encontró en la mercería El Ancla, comprando alfileres y horquillas para sostener sus finas y largas trenzas enroscadas alrededor de la cabeza. Las vidrieras de las mercerías le gustaban por un cierto aire comestible que tienen las hileras de botones acaramelados, los costureros en forma de bomboneras y las puntillas de papel. Las horquillas tenían que ser doradas. Su última discípula, que tenía el capricho de los peinados, le había rogado que se dejase peinar un día que, convaleciente de un resfrío, no la dejaban salir a caminar. Miss Hilton había accedido porque no había nadie en la casa: se había dejado peinar por las manos de catorce años de su discípula, y desde ese día había adoptado ese peinado de trenzas que le hacía, vista de adelante y con sus propios ojos, una cabeza griega; pero, vista de espalda y con los ojos de los demás, un barullo de pelos sueltos que llovían sobre la nuca arrugada. Desde aquel día, varios pintores la habían mirado con insistencia y uno de ellos le había pedido permiso para hacerle un retrato, por su extraordinario parecido con Miss Edith Cavell.

Los días que iba a posarle al pintor, Miss Hilton se vestía con un traje de terciopelo verde aceituna, que era espeso como el tapizado de un reclinatorio antiguo. El estudio del pintor era brumoso de humo, pero el sombrero de paja de Miss Hilton la llevaba a regiones infinitas del sol, cerca de los alrededores de Bombay.

En las paredes colgaban cuadros de mujeres desnudas, pero a ella le gustaban los paisajes con puestas de sol, y una tarde llevó a su discípula para mostrarle un cuadro donde se veía un rebaño de ovejas debajo de un árbol dorado en el atardecer. Miss Hilton buscaba desesperadamente el paisaje, mientras estaban las dos solas esperando al pintor. No había ningún paisaje: todos los cuadros se habían convertido en mujeres desnudas, y el hermoso peinado con trenzas lo tenía una mujer desnuda en un cuadro recién hecho sobre un caballete. Delante de su discípula, Miss Hilton posó ese día más tiesa que nunca, contra la ventana, envuelta en su vestido de terciopelo.

A la mañana siguiente, cuando fue a la casa de su discípula, no había nadie; sobre la mesa del cuarto de estudio, la esperaba un sobre con el dinero de medio mes, que le debían, con una tarjetita que decía en grandes letras de indignación, escritas por la dueña de casa: “No queremos maestras que tengan tan poco pudor”. Miss Hilton no entendió bien el sentido de la frase; la palabra pudor le nadaba en su cabeza vestida de terciopelo verde aceituna. Sintió crecer en ella una mujer fácilmente fatal, y se fue de la casa con la cara abrasada, como si acabara de jugar un partido de tenis.

Al abrir la cartera para pagar las horquillas, se encontró con la tarjeta insultante que se asomaba todavía por entre los papeles, y la miró furtivamente como si se hubiera tratado de una fotografía pornográfica.

Miss Edith Cavell.

El sombrero metamórfico-Silvina ocampo


El sombrero metamórfico
Silvina ocampo


Los sombreros se usan para precaverse del sol o del frío. Los campesinos no pueden prescindir de ellos; los alpinistas, tampoco. No son meros objetos frívolos, decorativos o ridículos. Se usan también o se usaron para saludar, para halagar, para molestar.

¿No conocen la historia del sombrero metamórfico?

Existió en el sur de Inglaterra, en 1890. Cuentan que era de terciopelo verde y tan apropiado para los hombres como para las mujeres. Una plumita engarzada en un anillo de nácar era su único adorno. Este sombrero apareció por primera vez en la casa de un señor inglés, a las ocho de la noche de un mes de marzo. Nadie reconoció ni reclamó el sombrero. Al día siguiente, cuando lo buscaron para examinarlo, no estaba en ningún rincón de la casa. Otra vez, apareció en la casa de un médico, a la misma hora. El médico, creyendo que era de la paciente que acababa de irse, lo guardó en su ropero, cosa que molestó a su mujer. La disputa duró hasta el alba, en que hablaron de divorcio. Otra vez provocó un duelo entre dos jóvenes, amantes de una misma señora. La aparición del sombrero, que llevaba de adorno un anillo, había provocado en ambos la sospecha de una activa infidelidad. El sombrero fue a dar al Támesis, pues no había forma de deshacerse de él; quien lo arrojó fue castigado con veinte latigazos. El sombrero se había oscurecido; algo humano tenía en el lado derecho del ala, sobre el ojo de quien lo probaba, dándole ganas de acariciarlo.

—No lo toquen, niños –exclamaban las personas mayores, cuando los jóvenes
se lo probaban.

—Trae mala suerte. Habrá pertenecido a algún brujo o bruja, que se dedica a hacer malas jugadas. Entra en las casas sin que nadie lo lleve. Es un intruso. Los objetos son como las personas, malas o buenas. Este es malo.

—No es malo –le aseguró un niño a una niña–. Si me lo pongo, soy Juana de Arco, oigo voces.—Y yo Enrique Octavo –dijo la niña, tratando de arrebatárselo.

Por increíble que parezca, la niña se parecía a Enrique Octavo.

Tanto y tanto hicieron que el sombrero fue a dar otra vez al Támesis, y el que lo rescató, un transeúnte cualquiera, se lo llevó a su casa. No lo guardó, le agregó unas florcitas de seda y lo llevó a la feria para venderlo, con un conjunto de blusa y falda.

En algún diario salió la noticia del sombrero. Adquirió una fama extraña; fue a dar a una sombrerería, que vendía sombreros masculinos y femeninos. Frente al
desmesurado espejo del probador, ocurrían transformaciones mágicas. Durante esas transformaciones, el espejo perdía su claridad por un instante y se llenaba de raras líneas negras y sombras de animales. Probarse aquel sombrero bastaba para que un hombre se volviera mujer y una mujer hombre. Las madres de algunos niños no dejaban que sus hijos pasaran frente a la puerta de la sombrerería por miedo a que sufrieran una indebida metamorfosis. Muchas clientas ofrecían toda su fortuna con tal de comprar el sombrero, pero el precio estaba por encima de sus posibilidades; además, la moda ya había cambiado.

El sombrero seguía colocado en el escaparate más visible y lujoso de la casa. Se dijo que bastaba probarse una vez el sombrero para lograr la cura de una sinusitis, de una angina o de un glaucoma. También se dijo que curaba los males de amor; conseguía enamorar a quien se lo probara, si miraba en el espejo una fotografía del elegido. Estas curas resultaban costosas. El sombrero, de tan manoseado, no se desteñía ni se marchitaba. Dijeron los clientes que lo habían falsificado, con falso terciopelo, que ya no era de ese verde tan delicado, sino de un verdinegro que engañaba a los ojos.

—Tal vez se dedique a la maldad –dijeron ciertos malvados.

—Es un sombrero que se parece a las personas.

No sé si tuvieron razón, pero el mal se apoderó de los ánimos.

—Trae mala suerte, irradia veneno –dijo un sabio, no por maldad sino por sabiduría-. Hay que matarlo.

Lo mataron. ¿Cómo? Nunca se sabrá. Pero dicen que se agitó cuando le arrancaron el ala y que dio un imperceptible grito.

En el espejo quedó por un tiempo un reflejo verde, como el de algunas piedras.




sábado, 12 de octubre de 2019

Los diez mandamientos del escritor



BJÖRN GRIESBACH
Los diez mandamientos del escritor 

1. Te amarás a ti mismo sobre todas las cosas.

2. No mencionarás el nombre de Borges en vano. 

3. Seis días descansarás y uno escribirás. 

4. Te inventarás tu propia filiación literaria. 

5. Si cometes parricidio generacional, será con pudor y disimulo. 

6. No seducirás a la poetisa en busca de prólogo. 

7. No robarás las metáforas del poeta inédito. 

8. No llamarás palimpsesto intertextual a la simple copia banal. 

9. No desearás el éxito de ventas del prójimo escritor. 

10. No eliminarás las comillas de las citas ajenas. 

 Decálogo lúdico de Fernando Aínsa  incluido en la antología de Valls, 2005

domingo, 29 de septiembre de 2019

Amor oscuro de F.G.Lorca por Irene Escolar

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Entrevista Presentación de Antología de Textos Literarios "Al borde de...II"



Entrevista con Luis De Castelli y Patricia Delaloye en FM Comunitaria Radio Sapukay 103.1 en el Programa #MQH Mirá Quién Habla sobre presentación del Libro Antología de Textos Literarios "Al borde II" Producidos en el Taller Literario coordinado por Luis A. Salvarezza.
Entrevista: Silvia Simmone

Los escritores son Sara Antón, Olga Charreum,Susana Dantas del Valle, Luis De Castelli,Aroma Martinelli,Celia Esther Sigot.

Presentación: 26 de septiembre 2019
Lugar: Centro de Jubilados y P.
Colón Entre Ríos
Laprida 241 a las 20 hs.









martes, 3 de septiembre de 2019

Texto leído por Gabriela Mistral en el Instituto Vásquez Acevedo, curso latinoamericano de vacaciones, Montevideo, Uruguay en 1938





AUDIO. 
27 de enero de 1938: conferencia de la escritora chilena Gabriela Mistral, convocada por el gobierno uruguayo. Se refiere a las poetas sudamericanas y a su modo de escribir poesía.
Video subido con fines educativos y de difusión cultural.

Texto leído por Gabriela Mistral en el Instituto Vásquez Acevedo, con ocasión del curso latinoamericano de vacaciones, realizado en Montevideo, Uruguay en 1938. Asisten a este curso junto a Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou. 

[Transcripción]


Señores Ministros:

La ocurrencia feliz de reunimos aquí a Juana, a Alfonsina y a mí es muy uruguaya, es decir, muy llena de gracia. Ya dije antes que el Espíritu Santo es la divina persona que más llueve sobre la raza uruguaya.

Recordaremos en primer lugar a nuestras dos grandes muertas, tan nuestras como vuestras uruguayos. Pensaremos en Delmira Agustini, maestra de todas nosotras, raíz hincada más o menos en las que aquí estamos, y pensaremos a María Eugenia, alma heroica y clásica, y en lo heroico y en lo clásico hubiera querido pastorearnos a todas, pero que se nos fue demasiado pronto.

Yo me temo mucho que vaya a fracasar la linda intención del señor Ministro Aedo, de someternos a una encuesta verbal, a una confesión clara, a un testimonio. Y que fracase a causa de nuestra malicia de mujeres y, sobre todo, de nuestro radical desorden de mujeres. Querer reducir a normas y poner en perfil neto nuestro capricho consuetudinario, es una empresa de romanos que nosotras podemos desbaratar entera, fingiendo que la obedecemos.

Parece que nos llaman a juicio y las llamadas somos:

Primero una Diana de la campiña uruguaya, que adentro de su categoría de diosa agraria guarda disimulada su feminidad entera. La naturaleza hasta hoy -que yo sepa- no ha querido dar su ancha fórmula, y cuanto más, deja caer una gota de su secreto parecida a una sola uva exprimidas en la manaza extendida del averiguador.

La naturaleza, es decir Juana, no puede contar a vosotros, curiosísimos varones interrogadores, cómo ella se las arregla para soltar la luz sin darse ningún trabajo, y cómo hace para que el agua de su poesía resulte a la vez eterna y mía.



Son cosas muy serias aunque parezcan inocentes, la naturaleza hija de Dios y Juana hija del Uruguay. Y nadie tampoco acertaría, con las índoles, modos, yo no quiero decir la horrible palabra método, de Juana de América, dueña de la llave inefable de nuestra raza.

Siempre que voy hacia Juana -y la visito con frecuencia fiel- yo la dejo como me la hallé, en su candor y su misterio esencial. Su misterio es el peor, es el misterio de lo luminoso y no de lo sombrío, y ese misterio lleno de claridad, burlaría al propio doctor Fausto.

Allí está, ahí, el agua cayendo llena de luz y de gozo. Beber, callar mientras se bebe y agradecer. Esa es toda la política que nos corresponde, a mujeres y a hombres, respecto del caso de Juana de América.

En cuanto a Alfonsina, que antes de sus canas y después de sus canas, no ha sido otra cosa que la jugarreta deliciosa del sueño de una noche de verano, también ella va a dar un salto sobre el plan del ministro Aedo. Ya lo dio. Ella se ha reído toda su vida y por igual, de sus amigos y enemigos. Y cuanto más, soltará una pequeña prenda de la masa de sus secretos, y esta prenda despertará en vosotros más apetito de conocer el resto. Y ella, castellanizo la palabra, se burlará sin ningún respeto de nosotros y hará muy bien, porque nació para eso.

Viviendo dentro de razas románticas, -la inteligencia afilada como el alfiler que la japonesa lleva en el moño- se sacudió Alfonsina el extremoso romanticismo criollo. Por ahí he visto una barbaridad, una sintaxis de esas que son mías, perdón.

Alfonsina, hermana siamés mía por virtud de la cordillera que nos puso a querernos sin mirarnos nunca a la cara, una del este, la otra del oeste. Cada vez que yo he querido definirla, o sea confesarla, se ríe de esta Gabriela medio cabrera del valle de Elqui y medio lectora de la cartilla. Aquí está Alfonsina en recinto oficial y en medio de ceremonia pedagógica, haciendo una vez más su jugarreta.



Yo le doy las gracias de tener cuanto yo no tengo y de regalarme lo que no me cayó a mí en suerte. Lo que tiene es el precioso ingenio europeo, el aguijón que perdonamos porque el primer punto en el cual se hinca es el cuerpo mismo de la heridora.

Alfonsina es una abeja inédita entre las abejas contadas por los poetas griegos. Ella es la abeja que en el vuelo se persigue a sí misma, antes de caer sobre el matorral de mirtos. La abeja que danza un baile a veces desgarrante, buscando su propia carne para sangrarla con un gesto de juego, que yo le entiendo y que suele hacerme llorar.

Yo vivo en este momento una aventura que suele ocurrirme. La de sentirme en mi sangre un rumor, casi un tumulto, que quiere hablar por mi boca. Esta vez ese tumulto es el de todas las poetisas uruguayas, desde las de Montevideo hasta las de Artigas. Las que han venido lo mismo que las ausentes, desde Luisa Luisi, criatura de mi sangre por la artesanía doble del verso y de la lección, a quien he estado unida en veinte años de amistad entrañable, hasta mis dos ángeles custodios de las calles de Montevideo, Sara y Ester, que golpean a mi garganta y quieren también dar su mensaje. Me siento como un viejo cuerno lleno de esas voces ajenas; me siento como una verdadera vaina de hablas reunidas, y apenas tengo en este momento esa cosa fea que se llama el acento individual, la voz que lleva un nombre solo.

Ahora voy a obedecer a nuestro Ministro y a nuestro Director de Educación, contando cómo escribo. Si es que yo sé alguna cosa clara y efectiva sobre cómo escribo.

El tema que me dieron fue esto: cómo hace usted sus versos. Y me ha hecho acordar de una preciosa parábola de Pedro Prado, el chileno.

Pedro Prado cuenta que una vez una señora entró a un jardín y le pidió una rosa al jardinero, con esa tremenda superficialidad que tenemos las mujeres, una rosa. Pero el jardinero era un varón muy profundo, era un viejo jardinero, muy vivido. Y el jardinero le contesta: Yo le doy a usted la rosa, la que quiera, siempre que la corte donde ella comienza. Entonces la señora se va derecho a cortar, allá a medio tallo, por ahí. Y le dice el jardinero: No, la rosa no comienza ahí. ¿Usted cree que la rosa va a comenzar casi en el pedúnculo? ¡Ah! Dice la señora, y entonces va con la tijera más abajo. ¡Ah, no! Le dice, es que usted se equivoca. ¿Usted cree que ahí comienza esa cosa florida que hay allá arriba? ¿Y con qué savia se alimentaría? ¡Ah! Dice la señora, y va a cortar sobre el suelo. ¡Ah no! Le dice el jardinero, ¿usted cree que es ahí precisamente donde ella comienza? ¿Y la raíz? ¡Ah! dice ella, entonces la voy a arrancar. Y le dice el jardinero. ¿Usted cree que comienza en las raíces? ¿Y de dónde vendría todo lo que tiene? La señora se queda muy perpleja y no la cortó.

El poema tampoco sabemos dónde comienza. ¿Comienza en el momento en que se hace? ¡Ah, no!

¿Comienza en el momento en que nos cae esa especie de puntada de la emoción, esa lanzada de la emoción? Porque cuando la lanzada nos trabaja, ya venía de tan tarde el hacerse la carne tierna para la lanzada.

Habría que remontar a todo lo que nos ha ido trabajando el corazón, para esa calidad de la carne que le damos a la cuchillada. Es decir, habría que comenzar en la infancia, donde todo comienza.

Pero, cuando nacemos ya traemos tanto capital viejo y deuda grande.

Habría que comenzar con toda la muchedumbre de nuestros antepasados. ¡Menudo trabajo contar cómo se hacen los versos!

Grandes curiosos que nos escucháis: las mujeres no escribimos solemnemente como Bufón que se ponía para el trance su chaqueta de mangas con encajes y se sentaba con la mayor solemnidad del mundo a su mesa de caoba. Los hombres, posiblemente sean tanto o más vanidosos que las mujeres.

Yo escribo sobre mis rodillas, en una tablita con que viajo siempre, y la mesa escritorio nunca me sirvió para nada ni en Chile ni en París ni en Lisboa.

Escribo de mañana o de noche y la tarde no me ha dado nunca inspiración, sin que yo entienda la causa de su esterilidad o de su mala gana respecto de mí.

Creo no haber hecho jamás un verso en cuarto cerrado, ni en cuarto cuya ventana diese a un horrible muro de casa urbana. Siempre me afirmo en un pedazo de cielo, que Chile me dio azul y que Europa me da borroneado.

Mejor se ponen mis humores si yo afirmo mis ojos viejos en una masa de árboles tiernos.

Mientras yo fui criatura estable en mi raza y mi país, escribí lo que veía o tenía muy inmediato. Escribí, como quien dice, sobre la carne caliente del tema.

Desde que soy criatura vagabunda, desterrada voluntaria, parece que no escriba sino en el medio de un vaho de fantasmas. Todo el mundo, el aire, el cielo y la tierra se me han vuelto pura saudade. La tierra de América y la gente mía, viva o muerta, se me han vuelto un cortejo melancólico pero muy fiel, que más que envolverme me forra y me oprime, y rara vez me deja ver realmente el paisaje y la gente extranjera.

Escribo sin prisa generalmente, y otras veces con una rapidez vertical, de rodado de piedras en la cordillera.

Me irrita en todo caso detenerme y tengo siempre al lado cuatro o seis lápices con punta, porque soy bastante perezosa, y tengo el hábito regalón de que me den todo hecho excepto los versos.

En el tiempo en que yo me peleaba con la lengua exigiéndole una tremenda intensidad, me solía oír a mí misma mientras escribía un crujido de dientes muy colérico. El rechinar de la lija sobre el filo romo del idioma.

Ahora ya no me peleo con las palabras sino con otra cosa. He cobrado el disgusto y el desapego de mis poesía cuyo tono no es el mío, por ser demasiado enfático. No me excuso sino aquellos poemas donde reconozco mi lengua hablada, eso que llamaba don Miguel el vasco, la lengua conversacional.

Corrijo bastante más de lo que la gente puede creer, leyendo unos versos que aún así me quedan bárbaros.

Salí de un laberinto de cerros y algo de ese nudo sin desatadura posible queda en lo que hago, sea verso o sea prosa.

Escribir me suele alegrar. Siempre me suaviza el ánimo y me regala un día ingenuo, tierno, infantil. Ando trayendo la sensación de haber estado por unas horas en mi patria real, en mi costumbre, en mi suelto antojo, en mi libertad total. Esos días en que hago alguna poesía, buena o mala, mi ánimo es el de quien estuviera casado con una muchedumbre de criaturas, casada con el mundo.

Me gusta escribir en cuarto pulcro, aunque soy persona harto desordenada. El orden parece regala espacio y este apetito de espacio lo tienen mi vista y mi alma.

En algunas ocasiones he escrito siguiendo un ritmo recogido en un carro que iba por la calle lado a lado conmigo. O siguiendo los ruidos de la naturaleza, que de más en más se me funde en una especie de canción de cuna. Pinares, marejada, ruido de álamos, todo eso al llegar a mi oreja viene, solamente viene, en un ritmo de canción de cuna.

Por otra parte, tengo todavía la poesía anecdótica que tanto desprecian los poetas mozos.

La poesía me conforta los sentidos y eso que llaman el alma, pero la poesía ajena mucho más que la propia. Ambas me hacen correr mejor la sangre, me defienden la infantilidad del carácter, me anidan y me dan una especie de asepsia respecto del mundo.

La poesía es en mí sencillamente un rezago, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesía que hago me lava de los polvos del mundo y hasta de no sé qué vileza esencial, parecida a lo que llamamos el pecado original, que llevo conmigo y que llevo con aflicción.

Tal vez el pecado original no sea sino nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano castigado, y que más nos duele a las mujeres por el gozo que perdimos en la gracia de una lengua de intuición y de música que iba a ser la lengua del género humano.

Y a propósito de la infancia, pensaba qué definición sería la que yo pudiese dar de la poesía. Y pensaba en eso.

Y he escrito un poema en que habla un niño, el niño habla de una cantidad de bultos que ve falsos, que ve con su ojito.

Yo creo que cuando nacemos, los que vamos a hacer versos traemos en el ojo una viga atravesada. Esa viga atravesada nos deforma, ya sea transfigurándolo o en otra forma, todo lo que miramos y nos hace para toda la vida antilógicos y antirrealistas. El llamado poeta realista no existe. De manera que esa viga nos hace a veces ver amarillo lo que es negro, y nos hace ver redondo lo que es cuadrado, y nos hace caminar entre una serie de disparates maravillosos.

Dicen que al morir la mayor parte de los agonizantes lloran una lágrima, una extraña lágrima que cae con mucha lentitud. Yo creo que la viga del ojo del poeta no se va sino en esa última lágrima del agonizante.

Entraremos así en el paraíso, donde sea, con el ojo limpio porque ya en otra parte no nos serviría de nada una viga que nos transfigure las cosas.

Voy a decirles esa pequeña poesía que habla de la viga en el ojito del niño. Se llama «La pajita» y está escrita en la lengua folclórica de nuestro pueblo chileno que cuenta de una curiosa manera, diciendo: ésta que o éste que:


Esta que era una niña de cera.
Pero no era una niña de cera,
era una gavilla parada en la era.
Tampoco era la gavilla
sino la flor tiesa de la maravilla.
Tampoco era la flor sino que era
un rayito de sol pegado a la vidriera.
Y no era un rayito de sol siquiera:
una pajita dentro de mis ojos era.
¡Alléguense a mirar cómo he perdido entera,
en este lagrimón, mi fiesta verdadera!




domingo, 1 de septiembre de 2019

Diccionario del Habla de los Argentinos


Diccionario del Habla de los argentinos

EL DICCIONARIO DEL HABLA DE LOS ARGENTINOS DE LA ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS, EN UN DECÁLOGO

1. Es un diccionario dialectal nacional, es decir que registra voces (“curtir”, “facilongo”, “gilastrún”) y frases (“hacer boleta”, “no hay drama”, “conciliación obligatoria”)  de uso argentino, y no contiene las correspondientes a la lengua general (“palestra”, “tenaza”, “marcapaso” o “hacerse ilusión”).
2. Es un diccionario diferencial respecto del Diccionario de la lengua española (RAE), en el sentido de que no contiene palabras o expresiones de uso peninsular español recogidas en el DRAE.

3. Es una obra de autoría colegiada, pues es elaborado por la Academia, y no por autores individuales. De las 21 Academias de la Lengua Española, solo seis tenemos diccionarios como obras de la Corporación.

4. Es el más caudaloso de los seis diccionarios de las Academias hermanas: colombiana, chilena, uruguaya, nicaragüense y hondureña.

5. Esta precedido de un extenso, documentado y comprensivo estudio preliminar que da cuenta todos los logros y proyectos empeñados en nuestro país en  torno a la materia lexicográfica argentina. Verdadera historia de nuestra lexicografía nacional.

6. Es un diccionario ejemplificado con citas reales, no inventadas. Cada voz o frase van acompañadas por una ilustración escrita en cuyo contexto se aprecia su acepción  neta de uso. 

7. Esa ejemplificación real está tomada de diversidad de fuentes argentinas: literatura, oralidad folclórica editada, letras de canciones popularizadas, diarios(La Nación, Clarín, Página 12,  entre muchos, de la Capital, y del Interior: Los Andes, La Voz del Interior, El Territorio, etc); revistas (El Amante, Claudia, Gente, Vida Silvestre, etc); sitios electrónicos de Internet, etc. Todo ello prueba la vigencia de las voces.

8. Recoge los argentinismos más frecuentes heredados de las principales lenguas indígenas de nuestro país: quechua (“cóndor”, “apacheta”, “quirquincho”), guaraní (“yaguareté”, “ñandutí”, “yarará”) y mapuche (“laucha”, “choique”, “cultrum”)

9. Contiene voces de diversa procedencia: de  pueblos  de otras lenguas, inmigrantes en nuestro país: italianismos (“torteleti”), francesismos (“placar”), afronegrismos (“catinga”, “quilombo”), etc.De hablas populares especiales: lunfardo (“batir”, “balurdo”, “cotorro”), del fútbol (“chilena”, “palomita”, “bostero”), de drogadictos (“falopa”, “anfeta”. “mambeado”),hípicas (“cabulear”, “pintar”, “semáforo”); de música popular (“bailanta”, “bardo”, “patovica”), juvenil (“bajar un cambio”, “chabón”, de onda”); de registro rural (“estar alzado”, “cabresto”, “azulejo”), coloquial (“chinchudo”, “pibe”, “macanudo”),  vulgar (“franelear”, “traba”, “yegua”), etc.

10. Es un diccionario patrimoniales decir que su contenido es un bien común del pueblo, que lo crea y modifica a través de los años. La Academia no hace sino recogerlo de boca de los compatriotas, estudiarlo, proponerlo en su DiHA y dar fe de que se usa, opera como una simple escribana o notaria de la lengua.   En vísperas del Bicentenario de nuestra Independencia esta obra nos hace conscientes de nuestra identidad nacional a partir de la legua común y de sus vida histórica, nos da sentido de pertenencia pues participamos del mismo bien todos, nos prueba la capacidad creativa de nuestro pueblo y nos ayuda a consolidarnos como comunidad integrada,  porque la lengua es un primer elemento de inclusión social.                                                          

Pedro Luis Barcia (Diccionario del habla de los argentinos. Segunda edición corregida y aumentada. Buenos Aires, AAL, Emecé Ediciones (Grupo Planeta), 2008, 701 p. )



jueves, 22 de agosto de 2019

Como recopilación de notas a propósito de que el 24 de agosto se cumplen 120 años del nacimiento de Jorge Luis Borges dejamos notas sobre el escritor .En este caso sobre sus gatos.


Odín y Beppo, dos gatos de Jorge Luis Borges



Jorge Luis Borges tuvo dos gatos llamados Odín y Beppo. Odín, en honor al dios de la mitología nórdica y Beppo, por Lord Byron. En palabras de Borges “se llamaba Pepo, pero era un nombre horrible, entonces se lo cambié enseguida por Beppo, el gato de Byron. El gato no se dio cuenta y siguió su vida”. Epifanía Uveda, el ama de llaves del escritor argentino durante cerca de cuatro décadas, coautora con Alejandro Vaccaro del libro “El Señor Borges”, explica: “El gato se llamaba Pepo por José Omar Reinaldi, apodado “La Pepona”, un delantero del River Plate. Borges recordó el poema veneciano de Lord Byron que se titulaba ‘Beppo’ y lo rebautizó”. Curiosamente, Fanny, pues así llamaba Borges a la leal Epifanía, murió un sábado 10 de junio de 2006, cuatro días antes del vigésimo aniversario de la muerte del escritor, fallecido el 14 de junio de 1986.


Borges y Beppo



Beppo era un hermoso gato blanco que siempre estaba con Borges. Le gustaba jugar con los cordones de sus zapatos y dormirse en su regazo. Tenía más de 15 años cuando murió y fue una auténtica pérdida para Borges, que ya estaba ciego. Parece ser que entonces dijo: “Quisiera morirme hoy mismo, pero no tengo la suerte que tuvo Beppo. Aunque a lo mejor sí, ahora que estoy con gripe, tal vez muera”.



Algunos dicen que Beppo tenía mal carácter, pero que se llevaba muy bien con Borges. Un día, Fanny vio que Beppo se miraba en un espejo y creía ver otro gato, posiblemente a un rival. Se lo contó a Borges y este le dedicó un poema en la obra “La cifra”, publicada en 1981.




El gato blanco y célibe se mira


en la lúcida luna del espejo

y no puede saber que esa blancura


y esos ojos de oro que no ha visto

nunca en la casa son su propia imagen.


¿Quién le dirá que el otro que lo observa

es apenas un sueño del espejo?


Me digo que esos gatos armoniosos,

el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede el tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Enéadas.


¿De qué Adán anterior al paraíso,

de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?



En el libro “Chatrán y su mundo astral, vida de mi gato siamés”, el historiador argentino Vicente O. Cutolo dedica un capítulo a “Beppo, el gato de Borges” donde cuenta que al autor le impresionaban y seducían los felinos desde pequeño, e incluye algunos dibujos de tigres hechos cuando el famoso escritor era aún un niño. Cutolo también dice que el dueño de una cantina de la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) a quien Borges conocía  y que hacía la cuenta en el mantel de papel de la mesa, también se llamaba Beppo.



Borges y Odín






Odín era un gato atigrado que convivió con Borges, pero nunca llegó a ser tan famoso como Beppo. Dicen que sobrevivió casi diez años al escritor, pero no sabemos con quién estuvo. Quizá en su piso de Buenos Aires, pero Borges dejó ese piso a principios de 1986 para trasladarse a Ginebra, donde falleció unos meses después. El 14 de abril de ese mismo año se había casado por poderes con María Kodama, a la que dejó todos sus bienes. Fanny se fue del piso donde había trabajado 40 años a finales de abril. ¿Iría Odín con ella o cuidaría de él María Kodama? No hemos sido capaces de descubrir nada al respecto.





De los gatos, Borges dijo una vez: “Nadie cree que los gatos son buenos compañeros, pero lo son. Estoy solo, acostado, y de pronto siento un poderoso brinco: es Beppo, que se sienta a dormir a mi lado, y yo percibo su presencia como la de un dios que me protegiera”. Y también: “Siempre preferí el enigma que suponen los gatos”. Las fotos que publicamos demuestran que Borges también tuvo o conoció a un gato negro, pero no sabemos nada de él.


 El poema “A un gato”, de la obra “El oro de los tigres”, publicada en 1972.



No son más silenciosos los espejos



ni más furtiva el alba aventurera;



eres, bajo la luna, esa pantera



que nos es dado divisar de lejos.



Por obra indescifrable de un decreto



divino, te buscamos vanamente;



más remoto que el Ganges y el poniente,



tuya es la soledad, tuyo el secreto.



Tu lomo condesciende a la morosa



caricia de mi mano. Has admitido,



desde esa eternidad que ya es olvido,



el amor de la mano recelosa.



En otro tiempo estás. Eres el dueño



de un ámbito cerrado como un sueño.

Jorge Luis Borges





martes, 20 de agosto de 2019

Absit de Angélica Gorodischer


En Las nenas de Angélica Gorodischer las protagonistas se revelan “desde su lugar en la sociedad, que no es solamente obedecer a mamá”. Son cuentos siniestros, pero en los que no falta el humor.

La autora les ofrece a las protagonistas de las diferentes historias la posibilidad de salir aun en las situaciones más terribles enfrentando la lógica y el poder de los hombres.

Absit


Las cosas sucedieron más o menos así. Ese tipo venía caminando por la vereda del barrio. Era sábado temprano a la tarde y el sol le daba en la espalda. Se paró frente a la verja pintada de verde. Ay no, pensó, ay, no, por favor no otra vez no, ¿cuántos años tendrá? siete, ocho cuanto más, ay, no, no quiero.

La reja cerraba un jardín pequeño con algo de césped no muy bien cuidado, una planta de azalea, un jazmín del cabo y casi nada más, si no se consideran los restos de algunas alegrías del hogar y malvones, y la chiquita jugaba con un animalito de paño que tenía mucho pelo, nada de cola y mucho bigote. Le hablaba.

El tipo le habló a ella.

-Hola -le dijo.

Ella no le contestó.

-Hola -insistió él-, ¿cómo te llamás?

-Mi mamá me dijo que no hable con extraños.

-Por eso te pregunto cómo te llamás, para que no seamos extraños. Vos me decís cómo te llamás, yo te digo cómo me llamo.

Seis años, pensó. Nada más que seis, ay, cómo puedo hacer, seis años no más, a esa edad son suaves, blandas, ay, no.

-No te digo nada.

-Bueno, no me digas nada. ¿Tu mamá está?

-No, se fue al súper.

-Entonces estás con tu papá.

Que me diga que sí, que está con el papá y me voy, me voy.

-No.

-O con la muchacha.

-¿Qué?

-La muchacha que trabaja en tu casa.

-No tenemos muchacha.

-¿Y con quién estás? ¿Con tu abuelita, con tu tía?

No sólo blandas, no sólo suaves, chiquitas, tienen todo tan chiquito.

-No.

-¿Estás solita?

-Y, sí.

-Mirá, tengo un caramelo. Te lo doy para consolarte porque estás solita, ¿querés? Es de frutilla.

-Bueno.

-También tengo una muñeca. Es muy linda, con carita de porcelana y tiene zapatitos y una cofia.

-A verla.

-Acá, la tengo en el bolsillo del saco, ¿querés verla?

Eso que tienen entre las piernas es tan pero tan chiquito que da trabajo, no se puede, de primera intención no se puede y lloran y es peor.

-Sí.

-Bueno, abrime la reja y te la muestro.

-Está abierta, no tiene llave, para no dejarme encerrada.

-Ah, qué bien.

El tipo empujó la reja y entró en el jardín. Todavía iba pensando no, no, ojalá que no, pero sabía que sí. Casi sentía la piel de la nena bajo sus dedos: seda, raso, dulce, tibia, no quiero, se decía, no quiero que me pase otra vez pero ya estaba solo, solo en un mundo en el que no había nada más que el jardín y se preguntaba adónde podré llevarla.

-A ver la muñeca.

-Vení, ahora te la muestro, dame la mano y nos escondemos detrás de la planta así no nos ve nadie porque si te ve una vecina te va a tener envidia.

-Entonces vamos atrás.

-¿Atrás?

Cuidado, se dijo. No conocés el lugar, tené cuidado, no te vaya a pasar como con la hermanita de la Lucy.

-En el terreno de atrás van a hacer un edificio pero como hoy es sábado no hay nadie.

-¿Tenemos que entrar en la casa?

-Pero no, por acá, por el costado, vení y me mostrás la muñeca.

-Ah, hay árboles y todo.

-Los van a sacar. Mi mamá dice que son unos brutos.

-Tu mamá tiene razón. Siempre tiene razón, ¿no es cierto?

La mamá. ¿Por qué no viene la mamá? No, ahora no, que no venga.

-No sé. Dice que no tengo que agarrar caramelos si alguien me da. Y que todos los hombres son malos. Unos cerdos, dice.

-Bueno, no es para tanto. Hay gente mala y hay gente buena. ¿Acaso tu papá no es bueno?

-Mi papá no vive con nosotras. Mostrame la muñeca. ¿Tiene un vestido azul?

-¿Eh? Sí, azul. La verdad es que la dejé en casa pero…

-Vos también sos malo. Me dijiste que tenías la muñeca en el bolsillo y no la tenés.

-Pero no, vas a ver qué bueno soy, vení, vamos atrás de ese árbol y te muestro algo más lindo que la muñeca.

-Bueno, cuidado, ahí hay un pozo. Dicen que fue de un jibe.

-Aljibe.

-Eso. Un jibe, y que es hondo hondo. Lo van a tapar con cemento y tierra y piedras, dijo don Leyes.

-¿Don Leyes?

-El capataz. Y que hay agua abajo. Y sapos. Y mi mamá dijo que ojalá lo tapen pronto porque debe haber ratas y jurciégalos.

-Murciélagos. Vení, vamos para allá.

-Cuidado, ahí está el pozo, ¿ves?

-Hmmmm. Sí. Tan hondo no parece.

-Sí que es hondo, hondo hasta el otro lado del mundo.

-Bueno, nena, bueno, vení, vamos.

-Mirá, mirá qué hondo.

-Sí, sí, está bien, ya veo, es muuuuy hondo.

El tipo se inclinó, miró hacia abajo, hacia lo hondo del pozo. El corazón del tipo galopaba allá en el fondo del pozo que era su cuerpo. La nena lo empujó: apoyó las dos manitos contra la cintura del tipo y empujó con todas sus fuerzas. El tipo cayó gritando y la nena se arrodilló en el borde del pozo y miró para abajo.

-¿Hay jurciégalos? -preguntó.

-¡Mocosa de mierda, sacame de aquí!

No, cómo lo iba a sacar de ahí. El tipo se dio cuenta de que la nena no iba a poder sacarlo de ahí. Miró para arriba: la cara de la nena se recortaba claramente muy claramente por sobre el borde, contra el cielo azul de la tarde de un sábado, un sábado solitario, sin nadie. Nadie salvo una nena chiquita, suave, blandita. Miró para arriba: seis metros fácil fácil, mucho más alto que el techo de una habitación, cómo iba a poder salir de ahí.

-¡Andá a buscar a alguien, andá, vamos!

La nena no se movió.

-Andá, escuchame nenita, andá a buscar a alguien, la vecina o el kiosquero de enfrente.

-Enfrente no hay un kiosco, en la otra cuadra hay un kiosco.

-Andá, andá nenita, andá y decile al kiosquero que hubo un accidente, que venga, que traiga una soga, no, una escalera, no, mejor una soga, andá.

-Bueno -dijo la nena-, pero ¿hay jurciégalos abajo?

-No, no hay. Andá, querida, andá a buscar al kiosquero, decile que una soga, que traiga una soga que hubo un accidente.

La cara de la nena desapareció y el tipo se quedó de veras solo: ni murciélagos había.

Se miró las manos, miró a su alrededor. Oscuro, estaba muy oscuro. Se dio cuenta de que estaba parado en el barro, un barro flojo aguachento y que los zapatos se le habían empapado y el agua le entraba y le enfriaba los pies, mocosa de mierda ojalá vuelva pronto, el kiosquero, ¿le dirá al kiosquero lo de la soga? ¿Y yo qué le digo al kiosquero cuando venga? Un accidente. ¿Cómo me caí, cómo estaba yo acá? Le digo que entré por la otra calle, a mear porque me estaba haciendo encima y vi que acá no había nadie y entré y pisé el borde y me caí, eso le digo y espero que la mocosa hija de puta no cuente nada ni hable del caramelo ni de la muñeca, ay que se apure, qué está esperando, pendeja de mierda.

Miraba para arriba y hacía mal: se le cerró la garganta porque había pensado en esas paredes desnudas de piedra que podían caerle encima y sepultarlo vivo por qué no si eso era como un, un sótano, una celda, una tumba, la nena, esa nena maldita que se apure, no, vea oficial, lo que pasó fue que me estaba meando encima y vi que en el terreno no había nadie pero primero necesito una soga, alguien, alguien que tenga fuerza y que tire de la soga.

Pasaron dos horas y empezó a oscurecer allá afuera, allá arriba. Mientras tanto el tipo pasó las manos por sobre las paredes del pozo y descubrió que estaban hechas de piedra. Piedras irregulares, ásperas, que se le venían encima, pero que no ofrecían agujeros en los que poner los pies o sostenerse para tratar de subir. La nena, la mocosa de porquería que lo había empujado, adónde estaría la muy tarada imbécil que no había ido a buscar al kiosquero. Se estaba haciendo de noche.

Gritar, se le ocurrió. Voy a gritar, alguien me va a oír. Gritó y gritó, gritó socorro y auxilio y gritó cosas y llamó a la nena y nadie lo oyó. Era sábado, era una tarde de sábado. No, no puede ser, no pueden dejarme aquí hasta mañana, mañana que es domingo tampoco va a haber nadie, esa mocosa tiene que venir, tiene que decirle a alguien lo que hizo, si le cuenta a la madre por ejemplo, la madre seguro que va a venir a ver, pero ¿y si no le cree?, dejate de inventar pavadas m’hijita, ¿y si no le cree y comen y se van a acostar y yo aquí?

-¡Señoooooraaaaaa! -gritó.

-¡Señoora, auxiliooooo, aquíiiii, venga!

Y el cielo de noche era negro como el tipo nunca lo había visto, negro y lleno de estrellas, muchas, tantas, tantas estrellas, ay Dios mío que venga alguien, que esa mujer le crea a la nena, por favor Dios yo nunca nunca jamás voy a agarrar a otra nena nunca jamás ya no voy a lastimar a ninguna nena te prometo cuando tenga ganas voy con putas pero nenas no no puedo estar aquí en este pozo hasta el lunes cuando vengan los albañiles no, pero no, me voy a morir morirse no es nada pero no aquí de este modo no, por favor Dios oíme hacé que venga alguien.

Y siguió gritando. Gritó durante mucho tiempo hasta que la garganta se le secó y empezó a tragar saliva para tratar de que se le humedeciera de nuevo para poder seguir gritando. Pero ya no podía y el cielo seguía siendo negro con muchas estrellas asiento de Dios le habían dicho pero Dios no, Dios tampoco lo oía. Estaba empapado, empapado de agua y barro y sudor y le dolía todo el cuerpo todo. Le dolía el vientre. Necesitaba ir al baño, un baño ¡un baño, qué disparate! Se rio a carcajadas. ¡Un baño! Estaba metido en un pozo seis metros de hondo y quería un baño bajarse los pantalones y echar afuera todo lo que tenía en las tripas créame oficial yo lo único que quería era cagar y vi que no había nadie en el terreno. Tuvo un retorcijón y una arcada. Algo dentro de él se movía y trataba de salir. El asco, el miedo, eso, el agua barrosa, las paredes del pozo.

-¡Señooooraaaa! -y él sabía que ella no lo iba a oír.

Ni ella ni nadie. Ni la nena.

La nena apareció en el borde del pozo allá arriba.

-Al fin volviste -dijo el tipo-. ¿Le dijiste al kiosquero que trajera una soga?

La nena no se movió, no habló, no hizo nada contra el cielo negro negro lleno de estrellas. Cambió, eso sí, cambiaba. Las estrellas venían como cucharada de sopa venían y se derramaban sopa de estrellas sobre la cabecita redonda asomada al borde del pozo. Blanca era de pronto, o plateada, eso, y llena de luz como el cielo. Ah los ángeles, eran los ángeles, él sabía que Dios lo iba a oír, que venían a rescatarlo.

-¡No importa! -gritó-. ¡No hace falta una soga! ¡Ya vienen! -gritó-. ¡Sáquenme de aquí! ¡Señoooooraaaa, señooooraaaaaaa!

Sollozó. Sintió algo doloroso y caliente en los fondillos de los pantalones y se puso a llorar. Lloraba y gritaba. Lo peor no era sentir que se moría, lo peor era tener esperanzas de no morirse. No saber qué ni cómo hacer para no morirse.

-Señora -dijo, ya no gritaba-, señora venga y sáqueme de aquí, yo no le voy a hacer nada a su nena, nada, pero sáqueme de aquí dígale a Dios que venga que me mande a sus ángeles para que me levanten no hay murciélagos que no tengan miedo no hay, señora, venga.

Después hubo silencio y el domingo fue como todos los domingos. La nena y su mamá fueron a lo de la abuela Emilia y volvieron tardísimo pero la mamá no se preocupó porque el lunes era feriado y la nena no tenía que ir al jardín, de modo que durmieron hasta bastante tarde. Hizo frío, eso sí, un frío inesperado para esa época del año y llovió un poco hacia la tarde.

-Señora -dijo Don Leyes-, ¿me permite el teléfono?

Ya otras veces se lo había pedido y ella lo había hecho entrar a la cocina. Era un buen hombre Don Leyes, grandote, moreno, con una sonrisa agradable, muy bien educado. Hasta le había pedido disculpas por el ruido que a veces hacían con la excavadora o las sierras.

-Pero sí, Don Leyes, pase. ¿Quiere un café? Acabo de prepararlo.

-Gracias, señora, pero estuvimos tomando mate con el ingeniero, ¿vio?, y ahora tengo que hablar a la empresa a ver qué hacemos, hay algo en el fondo del pozo, parece que es un animal grande, un perro digo yo.

-Ay, qué trastorno.

-Sí, no se mueve, debe estar muerto pero hay que sacarlo, pensábamos empezar hoy a la tarde con el rellenado.

-Bueno, usted hable tranquilo, yo ya llevé a la nena al colegio y ahora me voy al estudio pero a mediodía vuelvo.

-Gracias, señora, y disculpe la molestia, ¿eh?

Buen hombre Don Leyes. Ojalá pudieran sacar el perro del pozo. Claro que si empieza a llover de nuevo va a ser un problema. Ese pozo siempre fue un peligro, siempre.


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