jueves, 22 de agosto de 2019

Como recopilación de notas a propósito de que el 24 de agosto se cumplen 120 años del nacimiento de Jorge Luis Borges dejamos notas sobre el escritor .En este caso sobre sus gatos.


Odín y Beppo, dos gatos de Jorge Luis Borges



Jorge Luis Borges tuvo dos gatos llamados Odín y Beppo. Odín, en honor al dios de la mitología nórdica y Beppo, por Lord Byron. En palabras de Borges “se llamaba Pepo, pero era un nombre horrible, entonces se lo cambié enseguida por Beppo, el gato de Byron. El gato no se dio cuenta y siguió su vida”. Epifanía Uveda, el ama de llaves del escritor argentino durante cerca de cuatro décadas, coautora con Alejandro Vaccaro del libro “El Señor Borges”, explica: “El gato se llamaba Pepo por José Omar Reinaldi, apodado “La Pepona”, un delantero del River Plate. Borges recordó el poema veneciano de Lord Byron que se titulaba ‘Beppo’ y lo rebautizó”. Curiosamente, Fanny, pues así llamaba Borges a la leal Epifanía, murió un sábado 10 de junio de 2006, cuatro días antes del vigésimo aniversario de la muerte del escritor, fallecido el 14 de junio de 1986.


Borges y Beppo



Beppo era un hermoso gato blanco que siempre estaba con Borges. Le gustaba jugar con los cordones de sus zapatos y dormirse en su regazo. Tenía más de 15 años cuando murió y fue una auténtica pérdida para Borges, que ya estaba ciego. Parece ser que entonces dijo: “Quisiera morirme hoy mismo, pero no tengo la suerte que tuvo Beppo. Aunque a lo mejor sí, ahora que estoy con gripe, tal vez muera”.



Algunos dicen que Beppo tenía mal carácter, pero que se llevaba muy bien con Borges. Un día, Fanny vio que Beppo se miraba en un espejo y creía ver otro gato, posiblemente a un rival. Se lo contó a Borges y este le dedicó un poema en la obra “La cifra”, publicada en 1981.




El gato blanco y célibe se mira


en la lúcida luna del espejo

y no puede saber que esa blancura


y esos ojos de oro que no ha visto

nunca en la casa son su propia imagen.


¿Quién le dirá que el otro que lo observa

es apenas un sueño del espejo?


Me digo que esos gatos armoniosos,

el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede el tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Enéadas.


¿De qué Adán anterior al paraíso,

de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?



En el libro “Chatrán y su mundo astral, vida de mi gato siamés”, el historiador argentino Vicente O. Cutolo dedica un capítulo a “Beppo, el gato de Borges” donde cuenta que al autor le impresionaban y seducían los felinos desde pequeño, e incluye algunos dibujos de tigres hechos cuando el famoso escritor era aún un niño. Cutolo también dice que el dueño de una cantina de la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) a quien Borges conocía  y que hacía la cuenta en el mantel de papel de la mesa, también se llamaba Beppo.



Borges y Odín






Odín era un gato atigrado que convivió con Borges, pero nunca llegó a ser tan famoso como Beppo. Dicen que sobrevivió casi diez años al escritor, pero no sabemos con quién estuvo. Quizá en su piso de Buenos Aires, pero Borges dejó ese piso a principios de 1986 para trasladarse a Ginebra, donde falleció unos meses después. El 14 de abril de ese mismo año se había casado por poderes con María Kodama, a la que dejó todos sus bienes. Fanny se fue del piso donde había trabajado 40 años a finales de abril. ¿Iría Odín con ella o cuidaría de él María Kodama? No hemos sido capaces de descubrir nada al respecto.





De los gatos, Borges dijo una vez: “Nadie cree que los gatos son buenos compañeros, pero lo son. Estoy solo, acostado, y de pronto siento un poderoso brinco: es Beppo, que se sienta a dormir a mi lado, y yo percibo su presencia como la de un dios que me protegiera”. Y también: “Siempre preferí el enigma que suponen los gatos”. Las fotos que publicamos demuestran que Borges también tuvo o conoció a un gato negro, pero no sabemos nada de él.


 El poema “A un gato”, de la obra “El oro de los tigres”, publicada en 1972.



No son más silenciosos los espejos



ni más furtiva el alba aventurera;



eres, bajo la luna, esa pantera



que nos es dado divisar de lejos.



Por obra indescifrable de un decreto



divino, te buscamos vanamente;



más remoto que el Ganges y el poniente,



tuya es la soledad, tuyo el secreto.



Tu lomo condesciende a la morosa



caricia de mi mano. Has admitido,



desde esa eternidad que ya es olvido,



el amor de la mano recelosa.



En otro tiempo estás. Eres el dueño



de un ámbito cerrado como un sueño.

Jorge Luis Borges





martes, 20 de agosto de 2019

Absit de Angélica Gorodischer


En Las nenas de Angélica Gorodischer las protagonistas se revelan “desde su lugar en la sociedad, que no es solamente obedecer a mamá”. Son cuentos siniestros, pero en los que no falta el humor.

La autora les ofrece a las protagonistas de las diferentes historias la posibilidad de salir aun en las situaciones más terribles enfrentando la lógica y el poder de los hombres.

Absit


Las cosas sucedieron más o menos así. Ese tipo venía caminando por la vereda del barrio. Era sábado temprano a la tarde y el sol le daba en la espalda. Se paró frente a la verja pintada de verde. Ay no, pensó, ay, no, por favor no otra vez no, ¿cuántos años tendrá? siete, ocho cuanto más, ay, no, no quiero.

La reja cerraba un jardín pequeño con algo de césped no muy bien cuidado, una planta de azalea, un jazmín del cabo y casi nada más, si no se consideran los restos de algunas alegrías del hogar y malvones, y la chiquita jugaba con un animalito de paño que tenía mucho pelo, nada de cola y mucho bigote. Le hablaba.

El tipo le habló a ella.

-Hola -le dijo.

Ella no le contestó.

-Hola -insistió él-, ¿cómo te llamás?

-Mi mamá me dijo que no hable con extraños.

-Por eso te pregunto cómo te llamás, para que no seamos extraños. Vos me decís cómo te llamás, yo te digo cómo me llamo.

Seis años, pensó. Nada más que seis, ay, cómo puedo hacer, seis años no más, a esa edad son suaves, blandas, ay, no.

-No te digo nada.

-Bueno, no me digas nada. ¿Tu mamá está?

-No, se fue al súper.

-Entonces estás con tu papá.

Que me diga que sí, que está con el papá y me voy, me voy.

-No.

-O con la muchacha.

-¿Qué?

-La muchacha que trabaja en tu casa.

-No tenemos muchacha.

-¿Y con quién estás? ¿Con tu abuelita, con tu tía?

No sólo blandas, no sólo suaves, chiquitas, tienen todo tan chiquito.

-No.

-¿Estás solita?

-Y, sí.

-Mirá, tengo un caramelo. Te lo doy para consolarte porque estás solita, ¿querés? Es de frutilla.

-Bueno.

-También tengo una muñeca. Es muy linda, con carita de porcelana y tiene zapatitos y una cofia.

-A verla.

-Acá, la tengo en el bolsillo del saco, ¿querés verla?

Eso que tienen entre las piernas es tan pero tan chiquito que da trabajo, no se puede, de primera intención no se puede y lloran y es peor.

-Sí.

-Bueno, abrime la reja y te la muestro.

-Está abierta, no tiene llave, para no dejarme encerrada.

-Ah, qué bien.

El tipo empujó la reja y entró en el jardín. Todavía iba pensando no, no, ojalá que no, pero sabía que sí. Casi sentía la piel de la nena bajo sus dedos: seda, raso, dulce, tibia, no quiero, se decía, no quiero que me pase otra vez pero ya estaba solo, solo en un mundo en el que no había nada más que el jardín y se preguntaba adónde podré llevarla.

-A ver la muñeca.

-Vení, ahora te la muestro, dame la mano y nos escondemos detrás de la planta así no nos ve nadie porque si te ve una vecina te va a tener envidia.

-Entonces vamos atrás.

-¿Atrás?

Cuidado, se dijo. No conocés el lugar, tené cuidado, no te vaya a pasar como con la hermanita de la Lucy.

-En el terreno de atrás van a hacer un edificio pero como hoy es sábado no hay nadie.

-¿Tenemos que entrar en la casa?

-Pero no, por acá, por el costado, vení y me mostrás la muñeca.

-Ah, hay árboles y todo.

-Los van a sacar. Mi mamá dice que son unos brutos.

-Tu mamá tiene razón. Siempre tiene razón, ¿no es cierto?

La mamá. ¿Por qué no viene la mamá? No, ahora no, que no venga.

-No sé. Dice que no tengo que agarrar caramelos si alguien me da. Y que todos los hombres son malos. Unos cerdos, dice.

-Bueno, no es para tanto. Hay gente mala y hay gente buena. ¿Acaso tu papá no es bueno?

-Mi papá no vive con nosotras. Mostrame la muñeca. ¿Tiene un vestido azul?

-¿Eh? Sí, azul. La verdad es que la dejé en casa pero…

-Vos también sos malo. Me dijiste que tenías la muñeca en el bolsillo y no la tenés.

-Pero no, vas a ver qué bueno soy, vení, vamos atrás de ese árbol y te muestro algo más lindo que la muñeca.

-Bueno, cuidado, ahí hay un pozo. Dicen que fue de un jibe.

-Aljibe.

-Eso. Un jibe, y que es hondo hondo. Lo van a tapar con cemento y tierra y piedras, dijo don Leyes.

-¿Don Leyes?

-El capataz. Y que hay agua abajo. Y sapos. Y mi mamá dijo que ojalá lo tapen pronto porque debe haber ratas y jurciégalos.

-Murciélagos. Vení, vamos para allá.

-Cuidado, ahí está el pozo, ¿ves?

-Hmmmm. Sí. Tan hondo no parece.

-Sí que es hondo, hondo hasta el otro lado del mundo.

-Bueno, nena, bueno, vení, vamos.

-Mirá, mirá qué hondo.

-Sí, sí, está bien, ya veo, es muuuuy hondo.

El tipo se inclinó, miró hacia abajo, hacia lo hondo del pozo. El corazón del tipo galopaba allá en el fondo del pozo que era su cuerpo. La nena lo empujó: apoyó las dos manitos contra la cintura del tipo y empujó con todas sus fuerzas. El tipo cayó gritando y la nena se arrodilló en el borde del pozo y miró para abajo.

-¿Hay jurciégalos? -preguntó.

-¡Mocosa de mierda, sacame de aquí!

No, cómo lo iba a sacar de ahí. El tipo se dio cuenta de que la nena no iba a poder sacarlo de ahí. Miró para arriba: la cara de la nena se recortaba claramente muy claramente por sobre el borde, contra el cielo azul de la tarde de un sábado, un sábado solitario, sin nadie. Nadie salvo una nena chiquita, suave, blandita. Miró para arriba: seis metros fácil fácil, mucho más alto que el techo de una habitación, cómo iba a poder salir de ahí.

-¡Andá a buscar a alguien, andá, vamos!

La nena no se movió.

-Andá, escuchame nenita, andá a buscar a alguien, la vecina o el kiosquero de enfrente.

-Enfrente no hay un kiosco, en la otra cuadra hay un kiosco.

-Andá, andá nenita, andá y decile al kiosquero que hubo un accidente, que venga, que traiga una soga, no, una escalera, no, mejor una soga, andá.

-Bueno -dijo la nena-, pero ¿hay jurciégalos abajo?

-No, no hay. Andá, querida, andá a buscar al kiosquero, decile que una soga, que traiga una soga que hubo un accidente.

La cara de la nena desapareció y el tipo se quedó de veras solo: ni murciélagos había.

Se miró las manos, miró a su alrededor. Oscuro, estaba muy oscuro. Se dio cuenta de que estaba parado en el barro, un barro flojo aguachento y que los zapatos se le habían empapado y el agua le entraba y le enfriaba los pies, mocosa de mierda ojalá vuelva pronto, el kiosquero, ¿le dirá al kiosquero lo de la soga? ¿Y yo qué le digo al kiosquero cuando venga? Un accidente. ¿Cómo me caí, cómo estaba yo acá? Le digo que entré por la otra calle, a mear porque me estaba haciendo encima y vi que acá no había nadie y entré y pisé el borde y me caí, eso le digo y espero que la mocosa hija de puta no cuente nada ni hable del caramelo ni de la muñeca, ay que se apure, qué está esperando, pendeja de mierda.

Miraba para arriba y hacía mal: se le cerró la garganta porque había pensado en esas paredes desnudas de piedra que podían caerle encima y sepultarlo vivo por qué no si eso era como un, un sótano, una celda, una tumba, la nena, esa nena maldita que se apure, no, vea oficial, lo que pasó fue que me estaba meando encima y vi que en el terreno no había nadie pero primero necesito una soga, alguien, alguien que tenga fuerza y que tire de la soga.

Pasaron dos horas y empezó a oscurecer allá afuera, allá arriba. Mientras tanto el tipo pasó las manos por sobre las paredes del pozo y descubrió que estaban hechas de piedra. Piedras irregulares, ásperas, que se le venían encima, pero que no ofrecían agujeros en los que poner los pies o sostenerse para tratar de subir. La nena, la mocosa de porquería que lo había empujado, adónde estaría la muy tarada imbécil que no había ido a buscar al kiosquero. Se estaba haciendo de noche.

Gritar, se le ocurrió. Voy a gritar, alguien me va a oír. Gritó y gritó, gritó socorro y auxilio y gritó cosas y llamó a la nena y nadie lo oyó. Era sábado, era una tarde de sábado. No, no puede ser, no pueden dejarme aquí hasta mañana, mañana que es domingo tampoco va a haber nadie, esa mocosa tiene que venir, tiene que decirle a alguien lo que hizo, si le cuenta a la madre por ejemplo, la madre seguro que va a venir a ver, pero ¿y si no le cree?, dejate de inventar pavadas m’hijita, ¿y si no le cree y comen y se van a acostar y yo aquí?

-¡Señoooooraaaaaa! -gritó.

-¡Señoora, auxiliooooo, aquíiiii, venga!

Y el cielo de noche era negro como el tipo nunca lo había visto, negro y lleno de estrellas, muchas, tantas, tantas estrellas, ay Dios mío que venga alguien, que esa mujer le crea a la nena, por favor Dios yo nunca nunca jamás voy a agarrar a otra nena nunca jamás ya no voy a lastimar a ninguna nena te prometo cuando tenga ganas voy con putas pero nenas no no puedo estar aquí en este pozo hasta el lunes cuando vengan los albañiles no, pero no, me voy a morir morirse no es nada pero no aquí de este modo no, por favor Dios oíme hacé que venga alguien.

Y siguió gritando. Gritó durante mucho tiempo hasta que la garganta se le secó y empezó a tragar saliva para tratar de que se le humedeciera de nuevo para poder seguir gritando. Pero ya no podía y el cielo seguía siendo negro con muchas estrellas asiento de Dios le habían dicho pero Dios no, Dios tampoco lo oía. Estaba empapado, empapado de agua y barro y sudor y le dolía todo el cuerpo todo. Le dolía el vientre. Necesitaba ir al baño, un baño ¡un baño, qué disparate! Se rio a carcajadas. ¡Un baño! Estaba metido en un pozo seis metros de hondo y quería un baño bajarse los pantalones y echar afuera todo lo que tenía en las tripas créame oficial yo lo único que quería era cagar y vi que no había nadie en el terreno. Tuvo un retorcijón y una arcada. Algo dentro de él se movía y trataba de salir. El asco, el miedo, eso, el agua barrosa, las paredes del pozo.

-¡Señooooraaaa! -y él sabía que ella no lo iba a oír.

Ni ella ni nadie. Ni la nena.

La nena apareció en el borde del pozo allá arriba.

-Al fin volviste -dijo el tipo-. ¿Le dijiste al kiosquero que trajera una soga?

La nena no se movió, no habló, no hizo nada contra el cielo negro negro lleno de estrellas. Cambió, eso sí, cambiaba. Las estrellas venían como cucharada de sopa venían y se derramaban sopa de estrellas sobre la cabecita redonda asomada al borde del pozo. Blanca era de pronto, o plateada, eso, y llena de luz como el cielo. Ah los ángeles, eran los ángeles, él sabía que Dios lo iba a oír, que venían a rescatarlo.

-¡No importa! -gritó-. ¡No hace falta una soga! ¡Ya vienen! -gritó-. ¡Sáquenme de aquí! ¡Señoooooraaaa, señooooraaaaaaa!

Sollozó. Sintió algo doloroso y caliente en los fondillos de los pantalones y se puso a llorar. Lloraba y gritaba. Lo peor no era sentir que se moría, lo peor era tener esperanzas de no morirse. No saber qué ni cómo hacer para no morirse.

-Señora -dijo, ya no gritaba-, señora venga y sáqueme de aquí, yo no le voy a hacer nada a su nena, nada, pero sáqueme de aquí dígale a Dios que venga que me mande a sus ángeles para que me levanten no hay murciélagos que no tengan miedo no hay, señora, venga.

Después hubo silencio y el domingo fue como todos los domingos. La nena y su mamá fueron a lo de la abuela Emilia y volvieron tardísimo pero la mamá no se preocupó porque el lunes era feriado y la nena no tenía que ir al jardín, de modo que durmieron hasta bastante tarde. Hizo frío, eso sí, un frío inesperado para esa época del año y llovió un poco hacia la tarde.

-Señora -dijo Don Leyes-, ¿me permite el teléfono?

Ya otras veces se lo había pedido y ella lo había hecho entrar a la cocina. Era un buen hombre Don Leyes, grandote, moreno, con una sonrisa agradable, muy bien educado. Hasta le había pedido disculpas por el ruido que a veces hacían con la excavadora o las sierras.

-Pero sí, Don Leyes, pase. ¿Quiere un café? Acabo de prepararlo.

-Gracias, señora, pero estuvimos tomando mate con el ingeniero, ¿vio?, y ahora tengo que hablar a la empresa a ver qué hacemos, hay algo en el fondo del pozo, parece que es un animal grande, un perro digo yo.

-Ay, qué trastorno.

-Sí, no se mueve, debe estar muerto pero hay que sacarlo, pensábamos empezar hoy a la tarde con el rellenado.

-Bueno, usted hable tranquilo, yo ya llevé a la nena al colegio y ahora me voy al estudio pero a mediodía vuelvo.

-Gracias, señora, y disculpe la molestia, ¿eh?

Buen hombre Don Leyes. Ojalá pudieran sacar el perro del pozo. Claro que si empieza a llover de nuevo va a ser un problema. Ese pozo siempre fue un peligro, siempre.


Angélica Gorodischer


Diálogo entre Angélica Gorodischer y Alberto Manguel, director de la Biblioteca Nacional

Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Publicado el 11 ene. 2018

14 de diciembre de 2017 / Sala Juan L. Ortíz

Homenaje a Angélica Gorodischer. En el marco de la visita de Margaret Atwood a la Argentina, la Biblioteca Nacional homenajea a la escritora Angélica Gorodischer, referente de la distopía en nuestro país.

Angélica Gorodischer (Buenos Aires, 1928) es una de las voces femeninas más importantes de la literatura de ciencia ficción en Iberoamérica. Introdujo la distopía en sus obras para retratar a una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Publicó novelas como Kalpa Imperial, Floreros de alabastro, alfombras de bokhara, Prodigios, Tumba de jaguares y Las señoras de la calle Brenner. Tanto sus relatos como sus novelas le han hecho ganar la admiración de los lectores. En 2003 se publicó la traducción al inglés de Kalpa Imperial, realizada por Ursula K. Le Guin, máxima figura femenina de la ciencia ficción anglosajona.








Sueños Con Angélica Gorodischer – Ver Para Leer
Telefe Publicado el 1 dic. 2014

En el programa se plantean diversas situaciones conflictivas en las que Juan Sasturain debe participar para solucionarlas. Para hacerlo, recorre el fantástico mundo de la literatura en todos sus ámbitos y géneros, muestra libros y comparte temáticas de ellos. A su vez, en cada ocasión se debe recurrir a un tercero (al cual le realizan una breve entrevista) en busca de ayuda. Juan está acompañado de su amigo, Fabián Arenillas que encarna a los distintos personajes que lo auxilian o que le plantean la situación de cada programa.






“La vida real no me interesa”


En una entrevista de Liliana Colanzi y Mariano Vespa, Angélica Gorodischer, autora de Kalpa Imperial, Trafalgar y Las señoras de la calle Brenner, entre otros títulos, habla de sus búsquedas literarias, la relación con la tecnología y anticipa el próximo libro de cuentos.

“La vida real no me interesa”

 Por Liliana Colanzi y Mariano Vespa.

Llegamos a la casa de Angélica Gorodischer siguiendo la pista de Rafael Pinedo, el autor de la novela posapocalíptica Plop, que ganó el premio de Casa de las Américas en 2002. De alguna manera queríamos descifrar el enigma Pinedo, que falleció de un melanoma en 2006. Habíamos leído que era tal su admiración hacia Gorodischer que uno de los personajes de Plop —la vieja Goro, un personaje fuerte y terrible, la única persona del clan que sabe leer en un mundo devastado— le rendía homenaje. La encontramos en su casa en Rosario, ciudad donde vive desde la infancia: nos recibió apoyada en un bastón de madera maciza que —dijo— posiblemente haya pertenecido a Manuel Belgrano, y que compró en Mercado Libre. Mientras esperaba al técnico que le arreglaría una heladera arruinada, conversamos sobre sus lecturas (y constatamos que Plop ocupa un sitio especial en su biblioteca, separado en un altarcito propio), sus proyectos, sus inquietudes y sobre la ciencia ficción, un género que cada vez cobra mayor importancia, y en el que ha sido pionera en Latinoamérica. Su libro Kalpa Imperial fue traducido por la destacada autora norteamericana Ursula K. Le Guin. Con ochenta y siete años y una treintena de libros publicados, Gorodischer dijo estar terminando Las nenas, “un libro de cuentos bastante siniestros”.

—Oesterheld me deslumbró. Lo conocí y dije: “Qué maravilla”. Ahora le regalé al segundo de mis hijos el libro de Oesterheld con sus cuentos inéditos (Más allá de Gelo, Planeta, 2015). También me lo leí antes. Oesterheld fue un tipo sensacional. Qué destino, ¿no? Para la época fue revolucionario. Hubo mucha gente que no quiso ni acercarse: “Ah, no, esas cosas de aventuras fantásticas…” A mí los marginales me interesan, hay algo por lo que el establishment los pone un poquito de lado. Ahí pasa una cosa graciosa que algún autor marginal se convierte en central y resulta que a todos siempre les pareció maravilloso y lo valoraron. De alguna manera le pasó a Cortázar.



» He tratado de leer a los últimos [autores de ciencia ficción] y no me entusiasman mucho. Estoy metida en otras cosas, escribo mucho y no estoy bien de salud, así que hay muchas cosas que ignoro. Pero Plop, de Rafael Pinedo, siempre me dejó deslumbrada. La impresión que tengo como lectora —ya no les hablo como escritora— es el color negro, porque todo es negro. Todo es de una negrura impresionante, estamos en medio de una noche de la que no vamos a salir jamás. Esa impresión de negrura, de telón, de un color que es casi concreto, es tremenda. En esa noche negra lo que crece es el barro, la no-visión, la no-existencia de un horizonte, una cosa que es terrible. Plop es una novela descarnadamente escrita, porque el hueso y la médula están ahí a la vista. No hay una concesión. Hay novelas crueles, por supuesto, que una ha leído —yo empecé a leer a los cinco años y todavía no me detuve—, pero es difícil encontrar una pieza narrativa en la que no haya ni una sola concesión. No hay ni siquiera lo que se llama el feísmo. Es una cosa seca, como concentrada, como puños cerrados. El lenguaje sirve para comunicar lo que está acá, pero lo que está más allá no tiene nombre ni lo tendrá quizás nunca. La ciencia ficción tiene novelas muy descarnadas, muy crueles, pero esto creo que es lo más cruel que leí. Después me enteré que el autor había muerto; tampoco supe cómo. Yo creo que Pinedo está solo dentro de la literatura latinoamericana. No se puede decir que este muchacho sale de allí, o que abreva de allá, o que tiene relaciones con eso… Yo no le encuentro nada. Esa cosa monstruosa de toda la humanidad no lo encuentro en otra parte. Puede haber, quizás, en un texto medieval, qué sé yo. A mí me parece que ese hombre está solito, lo cual es un gran honor.

» El Negro Fontanarrosa fue alumno de mi marido. Mi marido es arquitecto y enseñaba en el Politécnico acá. Fontanarrosa era un muchachito que estaba en segundo o tercer año, pero no quería seguir arquitectura, quería dibujar. Entonces se iba al último banco y dibujaba sus viñetitas, vieras lo que eran. Por supuesto, el Goro, mi marido, se ponía furioso y le daba un cero, lo retaba. Y después Goro me decía: “Si yo pudiera haber hablado con los padres, les habría dicho: Saquen a este chico, este chico no quiere estudiar”. Una vez el Negro le llevó unos deberes que eran un desastre total, entonces el Goro se los tiró y le dijo: “Mirá, Fontanarrosa, ¿sabés adónde vas a terminar vos? ¡Vendiendo choripanes en la cancha de Central!” Pasó el tiempo, el Negro fue lo que fue, y el Negro decía: “¿Conocen al que fue mi profesor de dibujo?” Y Goro decía: “¡Yo le enseñé a dibujar a Fontanarrosa!” ¡Se cargaban…! Y cuando hicieron acá una retrospectiva del Negro –el Negro estaba vivito y coleando—, había viñetas que no se habían publicado nunca, y abajo decía: “De la pinacoteca del arquitecto Gorodischer”. Era muy gracioso, lo quería mucho al Negro.

» Terminé una novela que se publicó en noviembre de 2014 [Palito de naranjo, Emecé]. Y entonces empecé a escribir otra. Pero hace poco, buscando cuentos, porque me habían pedido cuentos y no tenía ganas de escribir uno, descubrí que tenía otro libro. Es un libro que tiene varios cuentos de la misma laya, de la misma raza. No son cuentos muy felices, son bastante siniestros. Se llama Las nenas. Algunas son víctimas y algunas son victimarias. Terminé un cuento y después otro más, y ahora tengo siete.

» Yo no puedo ver películas de terror porque soy miedosa. Salvo que sea realmente una obra maestra, pero si no, prefiero no mirar. Tengo ciertos miedos —he sido carne de diván también— que mi marido, que es lo lógico, lo intelectual, lo racional con dos patas, no entiende. Tengo miedo a la oscuridad, tengo miedo a la noche. Entonces él me explica y cree que ya está, que ya se me pasó. Entonces le digo: “Esto va por otros carriles”. Y él: “No, no, no, mirá, yo te voy a volver a explicar…” [Se ríe]

» Celular no uso. Todo el asunto del celular y de ver que la gente está como loca ahí, eso me horroriza. El tipo ese que puso el cartel en el bar que decía “No tenemos wifi, hablen entre ustedes”, me parece espléndido. El otro día vi que pasaban tres chicas por la calle. Tenían dieciséis, diecisiete. Supongo que serían amigas porque iban juntas, pero cada una iba con su celular haciendo tiqui-tiqui. Eso ya a mí me pone loca. ¿Dónde mierda vamos? En un cumpleaños mis hijos me regalaron un Blackberry. Me enseñaron a usarlo, pero yo vivía de esclava del Blackberry. Entonces lo tiré. Una amiga me dijo: “¿Y si te pasa algo en la calle?” Le dije: “Mirá, si me pasa algo leve en la calle, al primer señor que pase le pido que me ayude. Y si me pasa algo grave, van a llamar a la ambulancia, ¡así que dejame de jorobar!”. Así que no, el celular, no. Pero todo lo demás sí: tengo computadora, por supuesto, me gusta navegar en internet, descubro cosas. Kindle sí, eso leo perfecto, sus páginas no tienen el brillo que tiene la pantalla, con eso me llevo bien.

» A mí me interesa cómo fue el momento en que hicimos clic y dejamos de ser simios. ¿Qué pasó con ese antepasado común? Hubo un momento en el que ocurrió algo. En un libro que estoy leyendo, De animales a dioses, el autor (Yuval Noah Harari) dice que hubo una revolución cognitiva, pero no se sabe qué sucedió. Decenas de miles de años después vino la revolución agrícola, pero para ese momento ya éramos casi intelectuales.

» La ciencia ficción te deja una marca muy fuerte. Yo siempre digo: a mí la vida real no me interesa. Hay autores y autoras que con la vida real han hecho maravillas. A mí no me sale porque la vida real no me interesa. “¿Y a usted qué le interesa?”, me dicen. Me interesa lo inexplicable, lo inefable, lo que no se puede decir, esas cosas por las que hay que pasar de lejos. [En mis historias] siempre pasa algo raro. A veces no se sabe muy bien de qué se trata, pero hay algo siempre que está fuera de la experiencia diaria.

domingo, 18 de agosto de 2019

Cinefilia -Tarkovski

Cinefilia


Esta sección , publicada en el blog anterior , la reproduzco aquí pues algunos videos de youtube se han eliminado , en lo posible haré las descargas para poder conservarlos.

Está dedicada al cine que he visto, que me ha gustado por su temática, las que más recuerdo, que me gustaría ver por referencias, como homenaje a destacados cineastas en la historia del cine.
Cada entrada tendrá el nombre del director o la película.

Andréi Tarkovsky: Las claves para entender su estilo.




Nostalgia - Andrei Tarkovsky - 1983 (Sub. Español)

Nostalgia es una película soviético-italiana de 1983. Dirigida por Andréi Tarkovski. Protagonizada por Oleg Yankovsky, Domiziana Giordano y Erland Josephson, con la participación de Laure Marchi y Delia Boccardo. El guion es original de Andréi Tarkovski y Tonino Guerra.
Nostalgia es una de las películas más "personales" de Andréi Tarkovski, ya que es el primer film hecho por el artista fuera de la Unión Soviética. Aquí se evidencian las peripecias y angustias del director, quien tuvo que abandonar su país a causa de la persecución y maltrato a su obra por parte de las autoridades. Tarkovski termina por vivir sólo de los recuerdos de su patria.


Recomiendo una excelente reseña y crítica de Ricardo Pérez en su blog:

johannes-esculpiendoeltiempo.blogspot.com.ar del cual es la imagen siguiente.




Zerkalo | El espejo | Subtitulada al español | completa | Andrei Tarkovsky






Zerkalo | El espejo | Subtitulada al español | completa | Andrei Tarkovsky

Fuente Canal de youtube de Nicolás Bórquez Gualter
Publicado el 12 may. 2015

Solo un creador de imÁgenes poéticas puede darse el lujo de romper la línea narrativa para darle paso a una composición fílmica truncada. En el caso de Zerkalo, Tarkovsky nos lleva a un viaje donde cuenta su historia de alegrías, privaciones y dificultades, para hacernos revisar nuestra historia de dificultades, privaciones y alegrías. Las situaciones que nos presenta, de una u otra forma revelan facetas de la condición humana donde todos nos podemos reflejar. Solo no viaja quien no quiere viaje, pero puede ser muy interesante verse en ese espejo.

Este canal esta destinado a subir pelÍculas y (en un futuro) documentales a esta plataforma que, por desgracia, esta sufriendo la persecusión en contra de la piratería, que claramente no es sino una censura y una limitación para la transmisión de conocimiento.
Puede hacer sus pedidos o sugerencias a:
https://www.facebook.com/nborquezg
nborquezg@gmail.com

Andrei Tarkovsky: Un poeta en el cine (ITA sub ESP)





David Gómez Suárez
Publicado el 8 oct. 2014
Título original: Un poeta nel Cinema: Andreij Tarkovskij (Andrei Tarkovsky: A Poet in the Cinema)
Año: 1984
Duración: 65 min.
País: Italia
Director: Donatella Baglivo
Reparto: Documentary, Andrei Tarkovsky
Productora: CIAK
Género: Documental

Sinopsis:
Primer documental de una serie de tres, rodados durante la estancia de Tarkovski en Italia para el rodaje de "Nostalgia"

sábado, 17 de agosto de 2019

Los Celosos -Silvina Ocampo





Los Celosos -Silvina Ocampo

Irma Peinate era la mujer más coqueta del mundo; lo fue de soltera y aún más de casada. Nunca se quitaba, para dormir, el colorete de las mejillas ni el rouge de los labios, las pestañas postizas ni las uñas largas, que eran nacaradas y del color natural. Los lentes de contacto, salvo algún accidente, jamás se los quitaba de los ojos. El marido no sabía que Irma era miope; tampoco sabía que antaño se comía las uñas, que sus pestañas no eran negras y sedosas, sino más bien rubias y mochas. Tampoco sabía que Irma tenía los labios finitos. Tampoco sabía, y esto es lo grave, que Irma no tenía los ojos celestes. Él siempre había declarado:
—Me casaré con una rubia de pestañas oscuras como la noche y de ojos celestes como el cielo de un día de primavera.
¡Cómo defraudar un deseo tan poético! Irma usaba lentes de contacto celestes.
—A ver mis ojitos celestes de Madonna –exclamaba el marido de Irma, con su voz de barítono, que conmovía a cualquier alma sensible.
Irma Peinate no sólo dormía con todos sus afeites: dormía con todos los jopos y postizos que le colocaban en la peluquería. El batido del pelo le duraba una semana; el ondulado de los mechones de la nuca y de la frente, cinco días; pero ella, que era habilidosa, sabía darles la gracia que daban en la peluquería, con jugo de limón o con cerveza. Este milagro de duración no se debía a un afán económico, sino a una sensualidad amorosa que pocas mujeres tienen: quería conservar en su pelo las marcas ideales de los besos de su marido.
¿Y cómo las conservaba, si su marido no usaba lápiz labial? En el perfume de la barba: el pelo de la barba, mezclado al pelo de su cabellera de mujer, formaban un perfume muy delicado e inconfundible que equivalía a la marca de un beso. Irma, para no deshacer su peinado, dormía sobre cinco almohadones de distintos tamaños. La posición que debía adoptar era sumamente forzada e incómoda. Consiguió en poco tiempo una seria desviación de la columna vertebral, pero no dejó por ese motivo de cuidar su peinado. Se mandó hacer el almohadón como chorizo relleno de arroz que usan los japoneses. Como era muy bajita (hasta dijeron que era enana), se mandó hacer unos zuecos con plataformas que medían veinte centímetros de alto. Consiguió que su marido se creyera más bajo que ella. Ella nunca se sacaba los zuecos, ni para dormir, y su estatura fue siempre motivo de admiración, de comentarios sobre las transformaciones de la raza. Como amazona se lució y, como nadadora, en varias oportunidades, también. Nadaba, es natural, con un pequeño salvavidas; y al caballo que montaba su cuidador le daba una buena dosis de neurótico para que su mansedumbre fuera perfecta. El caballo, que se llamaba Arisco, quedó un día dormido en medio de una cabalgata. La caída de Irma no tuvo mayores consecuencias ni puso en peligro su vida; lo único desagradable que le sucedió fue que se le rompió un diente. La coqueta volvió a su casa fingiendo tener afonía y no abrió la boca
durante un mes. Tampoco quiso comer. Buscó en la guía la dirección de un odontólogo.
Esperó dos horas, contemplando los países pintados en los vidrios de las ventanas, que le sugerían futuros viajes a los bosques del Sur, a las cataratas del Niágara, a Brasilia o a París; ya en los últimos momentos de la espera, cuando le anunciaron: “Puede pasar, señora”, el dentista le saludó como un gran señor o como un gran payaso, agachando la cabeza. Señaló la silla de las torturas, sobre la que se acomodó Irma. Después de un “vamos a ver qué pasa”, contempló la boca, no muy abierta por coquetería de la señora.
—Es este diente –gritó Irma—. Se me rompió en un accidente de caballo.
—De caballo –exclamó el dentista—. Qué términos violentos. No será para tanto. Vamos a examinar este collar de perlas –dijo—. ¿Y cómo dice que se produjo? Algún tarascón, sin duda. –El dentista gimió levemente al ver la perla quebrada—. Qué pena, en una boca tan perfecta. Abra, abra un poco más.
“Si mi marido estuviera en el cuarto de al lado”, pensó Irma, “qué imaginaría, él que es tan desconfiado”.
—Habrá que colocar un pivot –dijo el dentista—. No se va a notar, se lo puedo garantizar.
—¿Saldrá muy caro?
—Para estas perlas nada resultaría bastante valioso.
—Sin broma.
—Sin broma. Le haré un precio especial.
—¿Especialmente caro?
Tal vez se había excedido en las bromas, pues el facultativo le guiñó el ojo y le oprimió la pierna como con tenazas entre las de él, lo cual provocó un gemido, pero todo esto lo hizo respetuosamente, sin ningún alarde ni vacilación. Después de concretar, en una tarjeta rosada, la hora en que se empezaría el trabajo, Irma recogió sus guantes, la tarjeta, su bufanda y la cartera y, corriendo, salió del consultorio, donde tres enanas la miraban con envidia.
Transcurrieron los días sin que el marido lograra arrancar una palabra a su mujer. De noche, antes de acostarse y de besarlo, apagaba la luz.
Un arrullo de palomas le contestaba con el encanto habitual, porque, hablara o no hablara, la gracia era una de las especialidades de Irma.
—Te noto extraña –le dijo un día su marido—. Además nunca sé adónde vas por las tardes.
—Loquito, adónde voy a ir que no sea para pensar en vos.
Por lo menos hablaba.
—Me parece muy natural, inevitable casi podría decir, pero no creas que me quedo tranquilo. Sos el tipo de mujer moderna que tiene aceptación en todos lo círculos. Alta, de ojos celestes, de boca sensual, de labios gruesos, de cabellos ondulados, brillantes, que forman una cabeza que parece un soufflé, de esos también dorados, que despiertan mi alma golosa. ¡La pucha que me da miedo! Si fueras una enana o si tuvieras ojos negros, o el pelo pegoteado, mal peinado y las pestañas descoloridas... o si fueras ronca, ahí nomás; si no tuvieras esa vocesita de paloma. A veces me dan ganas de querer a una mujer así ¿sabes?Una mujer que fuera lo contrario de lo que sos. Así estaría más tranquilo.
—¿Qué sabés? ¿Acaso no hay otras cosas que la altura, el pelo, los ojos celestes, las
pestañas?
—Si lo sabré. Pero, asimismo, convendría que fueras menos vistosa.
—Vamos, vamos. ¿Querés acaso que me vista de monja?
—Y ese collar de perlas que se entrevé cuando sonreís, es lo más peligroso de todo.
—¿Querés que me arranque los dientes?
El marido de Irma cavilaba sobre la belleza de su mujer. “ Tal vez todo hubiera sido distinto si no fuera por la belleza. Me hubiera convenido que fuera feíta como Cora Pringosa. Era agradable y no me hubiera inquietado por ella, pues a quién le hubiera gustado y, si a alguien le hubiera gustado, a quién le hubiera importado.”
¿Adónde iría Irma por la tarde? Salía con prisa y volvía escondiéndose. Resolvió seguirla. Es bastante difícil seguir a una mujer que se fija en todo lo que la rodea. Fracasó varias veces en sus intentos porque se interceptó entre él y ella un automóvil, un colectivo, unas personas y hasta una bicicleta. Logró por fin seguirla hasta Córdoba y Esmeralda, donde tomó un taxi hasta la casa del dentista. Ahí bajó y entró sin que él supiera a qué piso iba. No había ninguna chapa indicadora. Esperó en la planta baja, fingiendo leer un diario. Subía y bajaba el ascensor. Se sentó en un escalón de mármol de la escalera.
Aquella tarde en que se aproximaba la primavera, el dentista acompañó a Irma hasta la puerta del ascensor. Al pasar junto a los vidrios pintados de las ventanas, el odontólogo murmuró:
—¿No sería lindo pasear por estos paisajes?
A Irma le pareció que la abrazaba en una cama de hotel. Se ruborizó y, al entrar en el ascensor, no dijo adiós.
—¿Está enojada? ¿Le hice doler? Sonría. Muéstreme mi obra de arte —exclamó el odontólogo asustado.
El ascensor se llevaba a la paciente entre sus rejas como a una prisionera.
Afuera llovía, ya estaba su marido apostado con un paraguas cerrado en la mano. Había oído las frases pornográficas pronunciadas por esa voz de barítono sensual. Ciego de rabia blandió el paraguas y, al asestar a Irma un golpe en la cabeza, le rompió el premolar recién colocado y simultáneamente se le cayeron los cristales de contacto, las pestañas, los postizos de su peinado; las sandalias altas fueron a parar debajo de un automóvil. No la reconoció.
—Discúlpeme, señora. La confundí. Creí que era mi esposa —dijo perturbado—. Ojalá fuese como usted; no sufriría tanto como estoy sufriendo.
Apresurado se alejó, sintiéndose culpable por haber dudado de la integridad de su mujer.

Fuente: Silvina Ocampo, Cuentos completos II, Ed. Emecé.

El que Jadea-Juan José Millás





El que Jadea                                Cuento de Juan José Millás


Descolgué el teléfono y escuché un jadeo venéreo al otro lado de la línea.
—¿Quién es? —pregunté.
—Yo soy el que jadea —respondió una voz neutra, quizás algo cansada.
Colgué, perplejo, y apareció mi mujer en la puerta del salón.
—¿Quién era?
—El que jadea —dije.
—Habérmelo pasado.
—¿Para qué?
—No sé, me da pena. Para que se aliviara un poco.
Continué leyendo el periódico y al poco volvió a sonar el aparato. Dejé que mi mujer se adelantara y sin despegar los ojos de las noticias de Internacional, como si estuviera interesado en la alta política, la oía hablar con el psicópata.
—No te importe —decía—, resopla todo lo que quieras, hijo. A mí no me das miedo. Si la gente fuera como tú, el mundo iría mejor. Al fin y al cabo, no matas, no atracas, no desfalcas. Y encima le das a ganar unas pesetas a la Telefónica. Otra cosa es que jadearas a costa del receptor. La semana pasada telefoneó un jadeador desde Nueva York a cobro revertido. Le dije que a cobro revertido le jadeara a su madre, hasta ahí podíamos llegar. Por cierto, que Madrid ya no tiene nada que envidiar a las grandes capitales del mundo en cuestión de jadeadores. Tú mismo eres tan profesional como uno americano. Enhorabuena, hijo.
A continuación escuchó un poco sofocada dos o tres tandas de jadeos, y colgó con naturalidad. Yo intenté reprimirme, creo que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero no pude. Me salió la bestia autoritaria que llevo dentro.
—No me parece muy edificante la conversación que has tenido con ese degenerado, la verdad.
Ella se asomó a la página de mi periódico y al ver las fotos de las amantes de Clinton por orden alfabético respondió que un lector de pornografía barata no era quién para meterse con un pobre jadeador que vivía con su madre paralítica, y cuyo único desahogo sexual era el jadeo telefónico.
Me mordí la lengua para no discutir, porque era sábado y quería empezar bien el fin de semana. Pero el domingo, mientras mi mujer estaba en misa, telefoneó de nuevo el jadeador y le mandé a la mierda.
—Se lo voy a contar a tu mujer —respondió en tono de amenaza—. Le voy a decir cómo tratas tú a la gente educada y te vas a enterar de lo que vale un peine.
—Tampoco es para ponerse así —dije dando marcha atrás, no tenía ganas de líos domésticos—. Es que me has agarrado en un mal momento. Discúlpame.
—Está bien, está bien. ¿Y tu mujer?
—Se ha ido a misa.
—Dile que luego la llamo.
Me quedé un rato pensativo. Desde pequeño, siempre había deseado jadear por teléfono, pero mis padres decían que era una cosa de enfermos mentales. Me he perdido lo mejor de la vida por escrúpulos morales, o por prejuicios culturales, no sé. Pero al ver aquella relación tan sana entre mi mujer y el jadeador pensé que no podía ser malo. Así que marqué un número al azar y me puse a jadear como un loco, intentando recuperar los años perdidos.
—¿Quién es? —preguntó con cierta alarma una mujer cuya voz me resultó familiar.
—Soy el jadeador —dije con naturalidad.
—Espere, que le paso a mi marido.
El marido resultó ser mi padre, nos reconocimos en seguida. Inconscientemente, había marcado su número. Me dijo que ya sabían los dos que acabaría así y colgó. Luego llamaron a mi mujer y le contaron todo. Ella dice que quiere abandonarme, por psicópata, y me ha pedido que le firme unos papeles.
—Jadear a tu propia madre. ¿Dónde se ha visto eso?
Nunca acierto, sobre todo cuando imito a los demás para ponerme al día. Total, que ahora ya no puedo dejar de jadear, pero de angustia, aunque mis padres creen que lo hago por vicio.

jueves, 15 de agosto de 2019

Mientras agonizo de William Faulkner










William Faulkner con su caballo



Comentario sobre la obra y lectura de un fragmento en programa de radio por Christian Rodríguez y Sandra Russo.





Conferencia 

Para leer subtítulos en español , elegir traducción y luego traducción automática en configuración , barra inferior izquierda del reproductor .

Cursos Yale
Publicado el 5 abr. 2012

La profesora Wai Chee Dimock comienza su discusión sobre la obra de Faulkner "Mientras agonizo",en inglés " As I Lay Dying"  orienta la novela hacia la Gran Depresión en el Sur, como se centra en textos tan famosos como Let Us Now Praise Famous Men.
Una vez establecida esta macro historia, describe las técnicas narrativas de As I Lay Dying a través de dos lentes analíticos. primero, recurre a la noción de dialectos sociales de Bakhtin para subrayar el lenguaje que indexa a los blancos pobres como un tipo sureño. En segundo lugar, edirige la idea del secreto narrativo de Frank Kermode para mostrar cómo dos secretos en As I Lay Dying: el embarazo ilegítimo de Dewey Dell y el nacimiento ilegítimo de Jewel, se revelan gradualmente al lector a través de los múltiples narradores de Faulkner, cada uno de los cuales habla de un código socialmente codificado ,un dialecto,

00:00 - Capítulo 1. La Odisea y Mientras agonizo
04:34 - La cronología de Mientras agonizo
09:51 - La gran depresión y los blancos pobres
12:37 - Bakhtin y los dialectos sociales de la novela 
15:38 - Capítulo 5. Kermode y la génesis de los secretos en As I Lay Dying 
20:26 - Capítulo 6. La voz hablante y la responsabilidad moral de los blancos pobres
30:01 - Capítulo 7. Dewey Dell's Short Term Secret
38:09 - Capítulo 8. El secreto profundo arraigado de Darl, Jewel y Dewey Dell
38:24 - Capítulo 9. El retrato de los hermanos de Dewey Dell
43:26- Capítulo 10. Vardaman y el discurso de los niños 

Los materiales completos del curso están disponibles en el sitio web de Open Yale Courses: http://oyc.yale.edu 

Este curso fue grabado en el otoño de 2011.

martes, 13 de agosto de 2019

Literatura y Cocina



Seguimos con material para lectura en el Proyecto Literatura y Cocina 


Literatura y comida
Por Boullosa




Una sucesión de escenas y frases gastronómicas, a cuento del reciente lanzamiento de Escritos sobre la mesa (Editorial Adriana Hidalgo), con Mariana Dimópulos y Mariano García como compiladores.

1.

Una de mis cenas favoritas de la literatura es más bien una cena líquida. Tiene lugar dentro del relato “Kate Mc Kloud”, donde Truman Capote, a través de su alter ego P.B Jones, recuerda una noche fatal en que un grupo de personas con sus facultades mentales alteradas se juntaron a compartir una comida en la casa de un importante editor neoyorquino. La velada es en homenaje a Montgomery Clift en su momento de mayor esplendor y entre las invitadas también están Dorothy Parker y las actrices Tallulah Bankhead y Estelle Winwod. El mismo editor se ocupa de la comida (sopa senegalesa, estofado, ensalada, un surtido de quesos y soufflé de limón) y se sienta a esperar con P.B a los invitados, citados para las 7.30. Pasan los minutos, las horas, las ginebras y nadie aparece, el estofado se empieza a secar en la cocina y el anfitrión se impacienta. A las 9 estalla: "Dios mío, ¿no te das cuenta de lo que he hecho? Yo no sé Estelle, pero las otras tres son todas unas borrachas. He invitado a cenar a tres alcohólicas. Una ya está mal. Pero tres no acudirán nunca".

Finalmente los invitados tocan el timbre, completamente borrachos y más preocupados porque les hagan un refill continuo de bourbon que por probar ninguno de los platos preparados para la ocasión por el editor. La comida se convierte en un caos lleno de conversaciones que no llegan a ningún punto y escenas vergonzosas. Capote/PB Jones describe a los invitados con pinceladas ponzoñosas, como ésta: "Clift dejó caer un cigarrillo en su recipiente de sopa senegalesa que estaba intacto, y se quedó inerte, mirando fijamente el vacío, como si estuviera representando un soldado con neurosis de guerra".

 2.

En Descubrimientos (Adriana Hidalgo), el primer volumen que reúne parte de las crónicas de Clarice Lispector, también hay textos que aluden a la comida (y me gustan). En "Un pollito" Lispector escribe que su hijo se compró un pollito amarillo y luego de pregutarse qué va a hacer de él cuando crezca se pregunta y se responde: "¿Matar y comer? Lo que se cría no se mata".

La autora de La pasión según G.H también parece tener una fijación con las frutas y las estaciones. “Sabía con qué peso de dulzura el verano maduraría 100.000 naranjas”, dice en una parte.  Y luego: “Me acuerdo de aquella primavera: sé que comí la pera y desperdicié la mitad. Nunca tengo piedad en la primavera”.

3.

Escribir, luego beber. Una recomendación de Cortázar: “Tensa el arco al máximo mientras escribes y después suéltalo de un solo golpe y ve a beber vino con amigos”. Y otra, más parecida a un deseo, de la belga Amelie Nothomb: “Mi proyecto alquimista es convertirme en oro bebiendo mucho champán”.

4.

Nadie describió nunca mejor el whisky que Carson Mc Cullers en La balada del café triste ni el efecto benéfico de un dulce que Proust ni un banquete que Isak Dinesen en El festín de Babette.


5.

Hay un libro del inglés Jim Crace –misma camada que Martin Amis- dedicado íntegramente a historias relacionadas con la comida desde una perspectiva lúdica, siniestra, maliciosa: The devil´s larder. Se tradujo al castellano como La despensa del diablo y lo editó Emecé hace algunos años.

6.

Con Mariano García y Mariana Dimópulos como compiladores acaba de salir por Adriana Hidalgo Escritos sobre la mesa, un volumen que reúne más de 130 textos de filósofos, historiadores, escritores y poetas sobre la comida divididos en distintas categorías: "Escasez", "Recetas y cocineros", "Maneras de mesa", "Dieta", "A la intemperie", "Buenas y malas compañías", "Café y té", "Alcoholes", "Otras comidas, otros comensales", "Abundancia", "Ritos y magia" y "El futuro". En el prólogo, García y Dimópulos afirman que “la literatura está tan llena de comida como de alusiones su escasez” y que eso no es de extrañar porque, junto con las condiciones climáticas, la comida “está en el centro de las preocupaciones cotidianas del ser humano”.

7.

La escena memorable en la que Oliver Twist se anima a pedir una segunda ración de gachas en el orfanato, los reparos de Nietzsche acerca del vegetarianismo, una oda al vino por Baudelaire, instrucciones para el buen consumo del café por Balzac –“el café es un torrefactor interior”-, una apología del matambre por Esteban Echeverría, Walter Benjamin devorando unos higos hasta asquearse, Proust volviendo a la infancia de la mano de una magdalena, un guiso con sobredosis de pimentón en La traición de Rita Hayworth, los cócteles en el jardín de Gatsby o una rutina de almuerzo en una casona rusa en Oblomov. Todo esto y más se sucede en “Escritos sobre la mesa”.

8.

Entre todos los subrayados que marqué en el libro, muchos, rescato uno sobre la escasez. Es un fragmento de La música del hambre donde el nobel Le Clezio recuerda los padecimientos alimentarios que sintió de chico, al final de la Segunda Guerra Mundial.

“Esa hambre está en mí. No puedo olvidarla (…). ¿Fui desdichado? No lo sé. Simplemente recuerdo que un día me desperté y conocí por fin la maravilla de las sensaciones saciadas. Con ese pan demasiado blanco, demasiado dulce, con olor demasiado rico, ese aceite de pescado que corre por mi garganta, esas cucharadas de leche en polvo que forman una pasta en el fondo de mi boca, contra mi lengua, fue cuando comencé a vivir. Salí de los años grises y entré en la luz. Era libre. Existía.

La maravilla de las sensaciones saciadas.

Fuente: Blog Eterna Cadencia Escritos sobre la mesa

Otro obra es un libro de Fotografías de Dinah Fried 






El libro "Fictitious dishes",Platos Ficticios en español,  de Dinah Fried quien  ofrece un sabroso recorrido fotográfico por la literatura universal.

Retrata de forma imaginaría los platos de cuentos como Alicia en el País de las Maravillas u Oliver Twist, entre otros.

La idea es sencilla, se trata de representar cómo sería nuestra visión si nos sentáramos a la mesa y fuéramos un personaje de ficción de algún cuento clásico. Así, en la mesa de Alicia encontramos una vajilla altamente decorada, un juego de té y detalles como cartas de póker y un cronómetro de mano.

Platos ficticios: un álbum de las comidas más memorables de la literatura ,un libro de cincuenta fotografías de comidas de literatura célebre, que van desde El jardín secreto hasta El miedo y el asco en Las Vegas . 


Platos de cuento - Oliver Twist
En el lado opuesto, encontramos la mesa del pobre huérfano Oliver: una mesa austera de madera, unas gachas en un cuenco metálico, una cuchara de madera y una taza con leche.

No son las únicas mesas representadas, hay otras de personajes famosos como la de Ismael, el marinero protagonista de Moby Dick, y algunas más recientes como la de Lisbeth Salander, la hacker de Los hombres que no amaban a las mujeres o la de Holden Caulfield, de la en su día polémica novela de J.D Salinger: El guardián  en el centeno.


LAS AVENTURAS DE ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

“'Toma un poco de vino', dijo la Liebre de marzo en un tono alentador. Alice miró alrededor de la mesa, pero no había nada más que té





Sin duda, un trabajo excelente, no solo por la idea, que es genial, porque nos permite imaginar de los personajes algo tan íntimo como la comida, sino también por la magnífica ejecución, de nuevo con un plano cenital por el que claramente mi ojo siente predilección.











Comentarios

Ese hombre de Patricia Delaloye

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