sábado, 2 de mayo de 2020

Conexiones de lectura y escritura

Sábado 2/05/2020

Conexiones de lectura y escritura

Ayer escuché un audio de la lectura del cuento de Juana de Ibarbourou
“La mancha de humedad”, tantas veces disfrutado desde aquella lectura que hice  de un libro de la primaria.
Mi amiga me cuenta de la reunión de la comisión vecinal del barrio del edificio donde vive .
—Tenés que escribir sobre la Torre 14 .Hay un relato:” Reunión de consorcio” pero no me acuerdo bien , lo busco y te lo paso, le digo.
Empiezo el mate y consulto en internet,enseguida me aparece el relato de Pablo Bilsky
Acá se los dejo. También va debajo el cuento magistral de Juana de Ibarbourou : "La mancha de humedad" junto al enlace del audio referido.

Reunión de consorcio
Por Pablo Bilsky

"La mancha de humedad en su pared se originó en una pérdida de un caño de desagüe de mi departamento. Permítame que tome a mi cargo los arreglos", dijo el vecino del 4º C al del 4º B.

"¿Recuerdan el cuento La mancha de humedad? de Juana de Ibarbourou? Lo sé de memoria: En esa mancha yo tuve cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos, que reverenciaba mi abuelo; tuve el collar de las lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo de las pipas de cristal en que fumaban sus gigantes o sus enanos. Todo lo que oía o adivinaba, cobraba vida en mi mancha de humedad y me daba su tumulto o sus líneas", recitó el del 4º B.      

"¡Qué bueno! Mi madre me lo contaba", señaló la vecina del 6º A mientras hacía el gesto de aplaudir, pero en silencio, porque sus palmas apenas se acariciaban.

"Si me disculpan", interrumpió el administrador. "Es tarea de la Administración, y solo de la Administración, ocuparse de esos menesteres. Nos haremos cargo de inmediato", dijo.

"Está bien", dijeron, casi al unísono, los vecinos del 4º C y del 4º B.


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"Quiero hacer una breve referencia, si se me permite, a la música, denominada rock, y discúlpeseme si mi ignorancia yerra en la denominación, digo, la vivaz música que se propala desde el departamento 3º C, que se ubica junto al que yo habito con mi marido que, de hecho, les manda saludos. No pudo venir porque anda con muchos achaques", señaló la vecina del 3º B.

"Felicito a los jóvenes estudiantes que nos han permitido conocer esa música nueva, al menos para mí y mi marido. Nos ha infundido nuevos bríos, nos ha regalado energía tribal y ganas de vivir. Nos ha rejuvenecido. Me llena de satisfacción y de esperanzas para el futuro de nuestro querido país saber que jóvenes estudiantes, además de cumplir con sus muchas obligaciones en la facultad, se ocupan de explorar en las artes y regalarlas, a toda hora, con total generosidad", continuó la señora, maestra jubilada, dirigiéndose a los estudiantes allí presentes, que la observaban con admiración.

"En cuanto a los horarios de emisión y el volumen de tan bellas sinfonías, es un tema menor. Ya lo charlaremos con ustedes, pero no en este ámbito, claro, que está para tratar temas más importantes. Pueden visitarnos cuando lo deseen. Vengan a nuestro departamento. Con gusto mi marido y yo los recibiremos a almorzar o cenar, con la sola condición de que traigan música", agregó la vecina del 3º B.

"Bueno, si consideran que ya hay acuerdo sobre estos temas, les sugiero seguir adelante con el orden del día, digo, si nadie se opone", agregó el administrador.

Varios vecinos hicieron gestos de aprobación.

"Vamos entonces a retomar el tema de la campaña de afiches que venimos haciendo por el barrio, exigiendo la aparición de Santiago Maldonado, y también la campaña de charlas sobre este tema en las escuelas y otras instituciones barriales. La idea era que a medida que vayan arrancando los afiches que pegamos en la calle, los vayamos reponiendo, así que vamos a imprimir una cuarta tanda. Y tengo que informar, además, que ya está todo listo para hacer la gigantografía con la foto de Santiago, que va a ocupar toda la fachada del edificio. Va a quedar hermosa. Y además Ana tiene casi listo el texto para trabajar en los talleres", dijo el administrador.

"Escuchemos a Ana, si les parece, así ya dejamos listo el texto sobre Santiago Maldonado", propuso el administrador haciéndole una seña a la maestra jubilada del 3º B, para que lea su texto.

La mujer desplegó un papel que tenía guardado en el bolsillo, se acomodó los anteojos y comenzó a decir, con vos suave, pero muy clara y audible. "Es una actividad didáctica, una propuesta para que los chicos se enganchen y ellos aporten lo suyo, la idea es trabajar con el discurso, en forma creativa, desde lo ficcional", explicó la vecina antes de fijar la vista en el papel.

"Se vino Quintiliano, el gran retórico, se vino desde el más oscuro Orco, y nos dijo: Enloquezcan a los goebbelsitos, tírenles letra, materiales, ingredientes a mansalva para sus ensaladas. Vénzanlos con el cortocircuito de la sinapsis, la chacona y el escarnio. El que enloquece al adversario, gana la batalla. El que es más payaso prevalece, al menos cuando la lucha es en el lodo de la mentira, la fantochada y la opereta. Denles de su propia medicina hasta intoxicarlos. Y digan así: Sí, somos guerrilleros, de las FARC, de la ETA, somos trotskistas, guevaristas, somos The Weather Underground Organization, los WUO, por eso asustamos tanto: ¡WUO, WUO! Somos un movimiento guerrillero de Michigan, tomamos el nombre de una canción de Bob Dylan, usamos cascos de football americano y bates de beisbol con energía nuclear de Corea del Norte. Somos aztecas y qom. Adoramos a Pol Pot y León Gieco. Somos del IRA irlandés, por eso nos basamos en la mitología celta‑guaraní. Somos Mao. Somos comandos entrenados por el general Giáp, capaces de desplegarnos en todo tipo de terreno y librar una guerra de guerrillas en espacios reducidos, en un cubículo incluso. Podemos librar la batalla de Stalingrado en un baño químico. Y todo esto impregnado por la ferocidad de los movimientos insurgentes de Kurdistán, Manitoba, los mapuches y Artigas. Y así, y así, se van agregando, siguen las firmas: Atila, Gengis Khan, los persas y los diaguitas, Julio Sosa, es muy didáctico para el alumnado", dijo la señora del 3º B, sonriente.

"¡Basta! ¡Basta hijos de puta! ¡Los voy a matar a todos!".

"Los voy a matar. Hace años que me vienen jodiendo. Son los pendejos del 7º A, los mismos que nos tiran basura y bolsas llenas de mierda al patio. Son unos cagones, no dan la cara. Vienen a cuchichear detrás de la puerta cada vez que vamos perdiendo. Pero cuando salgo a buscarlos ya no están. No sé cómo carajo hacen para rajar. No usan las escaleras, ni el ascensor, ni salen a la calle. No se la bancan, cagones. Cargan y no se la bancan", dijo el hombre jadeante, ronco. Transpiraba copiosamente.

"Callate, boludo. Tomá de la buena si no te la bancás. Sentáte y dejate de joder con los ruidos esos. Más mierda tenés vos en el balero. Mirá el partido y callate", dijo la mujer que estaba sentada de espaldas al hombre. Miraba fijamente la pantalla de un teléfono celular apagado.

Cuando su equipo recibió otro gol, el jadeante dio un salto hacia la puerta de salida. No le acertaba al picaporte. Temblaba. Salió al palier, semidesnudo, dispuestos a matar.

Y efectivamente, allí estaban. Allí estaban el bisbiseo, las voces apagadas, los susurros. El frufrú de telas con sordina. Todo estaba allí, flotando en algún lugar del aire, en el palier vacío.

Fuente : 
Página 12  

Audio del cuento La mancha de humedad del libro "Chico Carlo" de Juana de Ibarbourou 






Texto :
La mancha de humedad 

Hace algunos años, en los pueblos del interior del país no se conocía el empapelado de las paredes. Era este un lujo reservado apenas para alguna casa importante, como el despacho del Jefe de Policía o la sala de alguna vieja y rica dama de campanillas. No existía el empapelado, pero sí la humedad sobre los muros pintados a la cal. Para descubrir cosas y soñar con ellas, da lo mismo. Frente a mi vieja camita de jacarandá, con un deforme manojo de rosas talladas a cuchillo en el remate del respaldo, las lluvias fueron filtrando, para mi regalo, una gran mancha de diversos tonos amarillentos, rodeada de salpicaduras irregulares capaces de suplir las flores y los paisajes del papel más abigarrado. En esa mancha yo tuve todo cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos, que reverenciaba mi abuelo; tuve el collar de lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone los huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo de las pipas de cristal que fuman sus gigantes o sus enanos. Todo lo que oía o adivinaba, cobraba vida en mi mancha de humedad y me daba su tumulto o sus líneas. Cuando mi madre venía a despertarme todas las mañanas generalmente ya me encontraba con los ojos abiertos, haciendo mis descubrimientos maravillosos. Yo le decía con las pupilas brillantes, tomándole las manos:
-Mamita, mira aquel gran río que baja por la pared. ¡Cuántos árboles en sus orillas! Tal vez sea el Amazonas. Escucha, mamita, cómo chillan los monos y cómo gritan los guacamayos.

Ella me miraba espantada:
-¿Pero es que estás dormida con los ojos abiertos, mi tesoro? Oh, Dios mio, esta criatura no tiene bien su cabeza, Juan Luis.
Pero mi padre movía la suya entre dubitativo y sonriente, y contestaba posando sobre mi corona de trenzas su ancha mano protectora:
-No te preocupes, Isabel. Tiene mucha imaginación, eso es todo.
Y yo seguía viendo en la pared manchada por la humedad del invierno, cuanto apetecía mi imaginación: duendes y rosas, ríos y negros, mundos y cielos. Una tarde, sin embargo, me encontré dentro de mi cuarto a Yango, el pintor. Tenía un gran balde lleno de cal y un pincel grueso como un puño de hombre, que introducía en el balde y pasaba luego concienzudamente por la pared dejándola inmaculada. Fue esto en los primeros días de mi iniciación escolar. Regresaba del colegio, con mi cartera de charol llena de migajas de biscochos y lápices despuntados. De pie en el umbral del cuarto, contemplé un instante, atónita, casi sin respirar, la obra de Yango que para mí tenía toda la magnitud de un desastre. Mi mancha de humedad había desaparecido, y con ella mi universo. Ya no tendría más ríos ni selvas. Inflexible como la fatalidad, Yango me había desposeído de mi mundo. Algo, una sorda rebelión, empezó a fermentar en mi pecho como burbuja que, creciendo, iba a ahogarme. Fue de incubación rápida cual las tormentas del trópico. Tirando al suelo mi cartera de escolar, me abalancé frenética hasta donde me alcanzaban los brazos, con los puños cerrados. Yango abrió una bocaza redonda como una “O” de gigantes, se quedó unos minutos enarbolando en el vacío su pincel que chorreaba líquida cal y pudo preguntar por fin lleno de asombro:
-¿Qué le pasa a la niña? ¿Le duele un diente, tal vez?
Y yo, ciega y desesperada, gritaba como un rey que ha perdido sus estados:
-¡Ladrón! Eres un ladrón, Yango. No te lo perdonaré nunca. Ni a papá, ni a mamá que te lo mandaron. ¿Qué voy a hacer ahora cuando me despierte temprano o cuando tía Fernanda me obligue a dormir la siesta? Bruto, odioso, me has robado mis países llenos de gente y de animales. ¡Te odio, te odio; los odio a todos!
El buen hombre no podía comprender aquel chaparrón de llanto y palabras irritadas. Yo me tiré de bruces sobre la cama a sollozar tan desconsoladamente, como solo he llorado después cuando la vida, como Yango el pintor, me ha ido robando todos mis sueños. Tan desconsolada e inútilmente. Porque ninguna lágrima rescata el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece… ¡Ay, yo lo sé bien!

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