martes, 13 de agosto de 2019

Literatura y Cocina



Seguimos con material para lectura en el Proyecto Literatura y Cocina 


Literatura y comida
Por Boullosa




Una sucesión de escenas y frases gastronómicas, a cuento del reciente lanzamiento de Escritos sobre la mesa (Editorial Adriana Hidalgo), con Mariana Dimópulos y Mariano García como compiladores.

1.

Una de mis cenas favoritas de la literatura es más bien una cena líquida. Tiene lugar dentro del relato “Kate Mc Kloud”, donde Truman Capote, a través de su alter ego P.B Jones, recuerda una noche fatal en que un grupo de personas con sus facultades mentales alteradas se juntaron a compartir una comida en la casa de un importante editor neoyorquino. La velada es en homenaje a Montgomery Clift en su momento de mayor esplendor y entre las invitadas también están Dorothy Parker y las actrices Tallulah Bankhead y Estelle Winwod. El mismo editor se ocupa de la comida (sopa senegalesa, estofado, ensalada, un surtido de quesos y soufflé de limón) y se sienta a esperar con P.B a los invitados, citados para las 7.30. Pasan los minutos, las horas, las ginebras y nadie aparece, el estofado se empieza a secar en la cocina y el anfitrión se impacienta. A las 9 estalla: "Dios mío, ¿no te das cuenta de lo que he hecho? Yo no sé Estelle, pero las otras tres son todas unas borrachas. He invitado a cenar a tres alcohólicas. Una ya está mal. Pero tres no acudirán nunca".

Finalmente los invitados tocan el timbre, completamente borrachos y más preocupados porque les hagan un refill continuo de bourbon que por probar ninguno de los platos preparados para la ocasión por el editor. La comida se convierte en un caos lleno de conversaciones que no llegan a ningún punto y escenas vergonzosas. Capote/PB Jones describe a los invitados con pinceladas ponzoñosas, como ésta: "Clift dejó caer un cigarrillo en su recipiente de sopa senegalesa que estaba intacto, y se quedó inerte, mirando fijamente el vacío, como si estuviera representando un soldado con neurosis de guerra".

 2.

En Descubrimientos (Adriana Hidalgo), el primer volumen que reúne parte de las crónicas de Clarice Lispector, también hay textos que aluden a la comida (y me gustan). En "Un pollito" Lispector escribe que su hijo se compró un pollito amarillo y luego de pregutarse qué va a hacer de él cuando crezca se pregunta y se responde: "¿Matar y comer? Lo que se cría no se mata".

La autora de La pasión según G.H también parece tener una fijación con las frutas y las estaciones. “Sabía con qué peso de dulzura el verano maduraría 100.000 naranjas”, dice en una parte.  Y luego: “Me acuerdo de aquella primavera: sé que comí la pera y desperdicié la mitad. Nunca tengo piedad en la primavera”.

3.

Escribir, luego beber. Una recomendación de Cortázar: “Tensa el arco al máximo mientras escribes y después suéltalo de un solo golpe y ve a beber vino con amigos”. Y otra, más parecida a un deseo, de la belga Amelie Nothomb: “Mi proyecto alquimista es convertirme en oro bebiendo mucho champán”.

4.

Nadie describió nunca mejor el whisky que Carson Mc Cullers en La balada del café triste ni el efecto benéfico de un dulce que Proust ni un banquete que Isak Dinesen en El festín de Babette.


5.

Hay un libro del inglés Jim Crace –misma camada que Martin Amis- dedicado íntegramente a historias relacionadas con la comida desde una perspectiva lúdica, siniestra, maliciosa: The devil´s larder. Se tradujo al castellano como La despensa del diablo y lo editó Emecé hace algunos años.

6.

Con Mariano García y Mariana Dimópulos como compiladores acaba de salir por Adriana Hidalgo Escritos sobre la mesa, un volumen que reúne más de 130 textos de filósofos, historiadores, escritores y poetas sobre la comida divididos en distintas categorías: "Escasez", "Recetas y cocineros", "Maneras de mesa", "Dieta", "A la intemperie", "Buenas y malas compañías", "Café y té", "Alcoholes", "Otras comidas, otros comensales", "Abundancia", "Ritos y magia" y "El futuro". En el prólogo, García y Dimópulos afirman que “la literatura está tan llena de comida como de alusiones su escasez” y que eso no es de extrañar porque, junto con las condiciones climáticas, la comida “está en el centro de las preocupaciones cotidianas del ser humano”.

7.

La escena memorable en la que Oliver Twist se anima a pedir una segunda ración de gachas en el orfanato, los reparos de Nietzsche acerca del vegetarianismo, una oda al vino por Baudelaire, instrucciones para el buen consumo del café por Balzac –“el café es un torrefactor interior”-, una apología del matambre por Esteban Echeverría, Walter Benjamin devorando unos higos hasta asquearse, Proust volviendo a la infancia de la mano de una magdalena, un guiso con sobredosis de pimentón en La traición de Rita Hayworth, los cócteles en el jardín de Gatsby o una rutina de almuerzo en una casona rusa en Oblomov. Todo esto y más se sucede en “Escritos sobre la mesa”.

8.

Entre todos los subrayados que marqué en el libro, muchos, rescato uno sobre la escasez. Es un fragmento de La música del hambre donde el nobel Le Clezio recuerda los padecimientos alimentarios que sintió de chico, al final de la Segunda Guerra Mundial.

“Esa hambre está en mí. No puedo olvidarla (…). ¿Fui desdichado? No lo sé. Simplemente recuerdo que un día me desperté y conocí por fin la maravilla de las sensaciones saciadas. Con ese pan demasiado blanco, demasiado dulce, con olor demasiado rico, ese aceite de pescado que corre por mi garganta, esas cucharadas de leche en polvo que forman una pasta en el fondo de mi boca, contra mi lengua, fue cuando comencé a vivir. Salí de los años grises y entré en la luz. Era libre. Existía.

La maravilla de las sensaciones saciadas.

Fuente: Blog Eterna Cadencia Escritos sobre la mesa

Otro obra es un libro de Fotografías de Dinah Fried 






El libro "Fictitious dishes",Platos Ficticios en español,  de Dinah Fried quien  ofrece un sabroso recorrido fotográfico por la literatura universal.

Retrata de forma imaginaría los platos de cuentos como Alicia en el País de las Maravillas u Oliver Twist, entre otros.

La idea es sencilla, se trata de representar cómo sería nuestra visión si nos sentáramos a la mesa y fuéramos un personaje de ficción de algún cuento clásico. Así, en la mesa de Alicia encontramos una vajilla altamente decorada, un juego de té y detalles como cartas de póker y un cronómetro de mano.

Platos ficticios: un álbum de las comidas más memorables de la literatura ,un libro de cincuenta fotografías de comidas de literatura célebre, que van desde El jardín secreto hasta El miedo y el asco en Las Vegas . 


Platos de cuento - Oliver Twist
En el lado opuesto, encontramos la mesa del pobre huérfano Oliver: una mesa austera de madera, unas gachas en un cuenco metálico, una cuchara de madera y una taza con leche.

No son las únicas mesas representadas, hay otras de personajes famosos como la de Ismael, el marinero protagonista de Moby Dick, y algunas más recientes como la de Lisbeth Salander, la hacker de Los hombres que no amaban a las mujeres o la de Holden Caulfield, de la en su día polémica novela de J.D Salinger: El guardián  en el centeno.


LAS AVENTURAS DE ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

“'Toma un poco de vino', dijo la Liebre de marzo en un tono alentador. Alice miró alrededor de la mesa, pero no había nada más que té





Sin duda, un trabajo excelente, no solo por la idea, que es genial, porque nos permite imaginar de los personajes algo tan íntimo como la comida, sino también por la magnífica ejecución, de nuevo con un plano cenital por el que claramente mi ojo siente predilección.











Literatura y cocina




Estoy en un Proyecto a futuro de organizar eventos de Literatura y cocina .
Por eso cada nota que encuentro sobre este tema lo dejo aquí como información, difusión y si alguien quiere aportar alguna idea, sugerencia ,serán bienvenidas.

El artículo siguiente fue publicado en 2014 en el Diario El Paísde España.
En breve agregaré más detalles sobre las obras que menciona y reseñas sobre los libros que refiere.
Abajo dejo los enlaces a fuente.








Un festín literario
Coinciden en las librerías diferentes obras en las que la cocina tiene un papel central. La novela negra se ha convertido en el mejor refugio literario de la gastronomía.


En dos de los momentos cumbre de la literatura universal, la comida tiene un papel central: el principio de El Quijote :

"Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían tres partes de su hacienda"— y la Magdalena de Proust: la cadena de recuerdos que surgen al principio de En busca del tiempo perdido se desata cuando el narrador prueba el sabor del bollo mezclado con el té. 








"Todas las literaturas hablan de comida. No conozco ninguna que evite el tema", explica el sabio de los libros Alberto Manguel, autor Una historia de la lectura. Desde el Satiricón de Petronio hasta El Gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald; desde Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, hasta el Cuento de Navidad de Dickens, desde la picaresca hasta Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, comida y literatura siempre han ido unidas. No es de extrañar. Como escribe el periodista y escritor argentino Martín Caparrós en Comí (Anagrama): "Supongamos que se puede suponer que desde que cumplí dos años comí con cierta regularidad dos comidas principales al día: en tal caso llevaríamos comidas, en estos cincuenta y siete años, cuatro meses, seis días, unas 41.910 principales". Tras diferentes cálculos, Caparrós concluye que "el total se elevaría a 59.456 comidas comidas" a lo largo de su existencia.



La cocina se ha convertido en una parte imprescindible de las novelas del siciliano Andrea Camilleri o de la estadounidense Donna Leon


Más allá de cualquier moda relacionada con la alta cocina, la comida es importante en los libros porque lo es en la vida. El ensayista John Dickie demuestra en ¡Delizia!, que acaba de publicar Debate, que se puede contar la historia de Italia a través de la cocina, y Guillaume Long prueba con A comer y a beber. Con las manos en la masa (Salamandra Gráfica) que se puede dibujar un libro de recetas en forma de cómic, mientras que Predrag Matvejevic relata en Nuestro pan de cada día (Acantilado) el poder simbólico y cultural de ese elemento esencial de la cocina. En las mesas de novedades se han multiplicado en los últimos meses los libros en los que la comida tiene un papel importante: La cocinera de Himmler (Alfaguara), una gran novela histórica con una cocinera como protagonista del francés Franz-Olivier Giesbert; Una cocina a prueba de ratones (Salamandra), un relato de Saira Shah en la estela de Un año en Provenza o Bajo el sol de Toscana; El último banquete (Alevosía), en el que el maltés Jonathan Grimwood construye un relato de aventuras y sabores en la Era de las Luces; o Comí, de Martín Caparrós, una narración provocadora e inteligente sobre el papel de la comida en la sociedad.




"La comida es importante en mi vida y en mi trabajo, como en la vida de cualquier ser humano", explica la escritora siciliana Simonetta Agnello Hornby, que acaba de publicar El veneno de las adelfas (Tusquets). Residente en Londres y prestigiosa jurista, Agnello Hornby ha desarrollado una doble carrera literaria, como narradora de historias ambientadas en su Sicilia natal como la magistral La mennulara, pero también como autora de libros sobre cocina como La cucina del buon gusto, Un filo d'olio o Il pranzo di Mose, que sale en noviembre. "Es una parte de nuestra cultura porque, a diferencia de otras criaturas, cocinamos los alimentos, nos da placer y es el

último de los placeres humanos del que disfrutamos hasta la muerte. Al escribir sobre la gente no podemos excluir lo que comen y como lo comen", explica.

Caparrós, que acaba de publicar en América Latina El hambre (en España saldrá en febrero), un largo reportaje sobre la falta de alimentos en el mundo, cree, en cambio, que "no es fácil hacer literatura con esa actividad tan aparentemente rutinaria como es comer". "Las presencias fuertes de la comida en la literatura clásica tienen que ver con lo extraordinario, la fiesta, la desmesura. Lo primero que uno piensa es en Rabelais, el desenfreno por excelencia. En castellano, en cambio, la característica más notoria de la comida es que no hay: el Buscón y su hambre memorable, que sirve de modelo a tantos después. Y en estos días la comida no aparece mucho más, creo. Hasta que alguien se decida a escribir una gran farsa sobre la comida como 'arte fácil' en nuestras sociedades y se divierta como un perro", afirma.



Pese a que es casi una tradición del género que los policías, como el comisario sueco Kurt Wallander, se alimenten de una forma que pondría los pelos de punta al endocrino más curado de espantos, el gran refugio literario de la cocina en la actualidad está en la novela negra. Siguiendo la senda abierta por Manuel Vázquez Montalbán y su detective gourmet Pepe Carvalho, la cocina se ha convertido en una parte imprescindible de las novelas del siciliano Andrea Camilleri —su comisario se llama Montalbán en homenaje al escritor catalán— o de la estadounidense residente en Venecia, Donna Leon. "Al comisario Montalbano le encanta comer. Las descripciones de los platos de pescado y de las pastas son deliciosas y son capaces de reflejar todos los sabores de la cultura culinaria de la costa sur de Sicilia", asegura Simonetta Agnello Hornby.

"Sherlock Holmes tocaba el violín. Yo cocino", decía el detective de Vázquez Montalbán, cuya sabiduría gastronómica fue reunida en Carvalho Gourmet (Planeta). Donna Leon también ha publicado su propio libro de recetas, El sabor de Venecia (Seix Barral), escrito a medias con Roberta Pianaro. Sin embargo, Montalbano no tiene todavía su recetario pese a que a sus lectores nos encantaría tener a mano los secretos de la Trattoria de Enzo, en la que el comisario se da unos atracones monumentales, o ser capaces de reconstruir los platos que Adelina le deja en la nevera o el horno siempre que Livia no se encuentre en Marinella. Los arancini (una especie de croqueta de arroz rellena, típica de Sicilia que puede ser un mazacote infame o un manjar inolvidable), la caponata (un pisto de berenjena con piñones, vinagre y sin pimiento), los espaguetis negros o con almejas, los salmonetes fritos, la pasta al horno o a la Norma, las sardinas rellenas, la merluza con salsa de anchoas y vinagre, el estofado de ternera a la siciliana huelen y saben en las novelas de comisario Montalbano —toda la serie está editada por Salamandra, la última entrega publicada en castellano es Juego de espejos—. Eso sí, hay que comer todos estos en manjares en riguroso silencio.

La autora de libros de cocina Inés Ortega, que está trabajando en un ensayo sobre la relación entre la literatura y la comida y que publicará en octubre en Siruela Bienvenidos a la cocina. 114 recetas para jóvenes y no tan jóvenes, recuerda a otro detective clásico en el que la gastronomía juega un papel muy importante: el comisario Maigret, de Georges Simenon, cuyos libros está reeditando Acantilado. "He aprendido.


muchas recetas leyendo literatura que han enriquecido mi acervo gastronómico, de la esposa del comisario Maigret he practicado varias", explica Inés Ortega, que acaba de reeditar en forma de aplicación para tabletas y teléfonos móviles uno de los grandes clásicos de la cocina española, 1.080 recetas, de su madre, Simone Ortega. "Me acuerdo de unas caballas al horno, gallina hecha en una cazuela, brandada de bacalao o el famosísimo pollo al horno. Fueron recogidas por el periodista gastronómico francés Robert J. Courtine en el libro Las recetas de Madame Maigret (Ediciones B)", explica.

Caparrós, que acaba de publicar El hambre, un largo reportaje sobre la falta de alimentos en el mundo



No es exactamente literatura policiaca, aunque se acerca mucho: los periodistas Jacques Kermoal y Martine Bartolomei escribieron un libro estupendo sobre un tema que el cine ha explotado hasta la saciedad, la relación entre la criminalidad organizada y la comida. La mafia se sienta a la mesa (Tusquets) parte de un planteamiento muy original: cuenta una comida muy importante en la historia de la mafia y luego ofrece la receta de lo que se puso sobre la mesa. En sus páginas se pueden encontrar platos tan contundentes como la pasta con garbanzos o el bolito, el cocido italiano; postres como el helado de sandía o la tarta al café, o clásicos de la pasta como a la tinta de sepia o con sardinas, que resumen la historia de Sicilia.

Resulta casi imposible escoger para cerrar un momento que una la literatura con la comida. Alberto Manguel recuerda "el té del Sombrero Loco, donde la manteca sirve para reparar relojes y se ofrece un vino inexistente" en Alicia en el País de las Maravillas; el italiano Ugo Cornia, autor de Sobre la felicidad a ultranza (Periférica), que reside en Módena, en el norte de Italia, uno de los lugares del mundo que más en serio se toman la comida, se queda con la historia del cocinero Chichibio, en el Decamerón de Boccaccio —¿tienen las garzas una o dos patas?—. Giuseppe Tomasi di Lampedusa ofrece en El Gatopardo (Alianza, en traducción de Fernando Gutiérrez), con el timbal de macarrones, una buena forma para despedir estas líneas: "El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela que trascendía, no eran más que el preludio de la sensación de deleite que se liberaba del interior cuando el cuchillo rompía la tostadita capa: surgía primero un vapor cargado de aromas y asomaban luego los menudillos de pollo, los huevecillos duros, las hilachas de jamón, de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuya extracto de carne daba un precioso color gamuza.

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