Mi escritura

Escribo desde que tengo memoria
En cualquier rincón hay papeles escritos 
En cajones
En cajitas
En cuadernos viejos
En carpetas nuevas
Detrás de fotos 
Cuadernos perdidos en un baúl que no abro hace años
En el mueble donde amontono artefactos que no se usan

Este año decidí cursar un Taller Literario con el escritor Luis Alberto Salvarezza, de Concepción del Uruguay.
También curso clases online con la escritora, Fernanda García Lao.
Debajo dejo enlace a estos escritores. 
De a poco iré subiendo  mis textos.
La idea es ordenar mis escritos y borradores que nunca publiqué.

A continuación va un texto como respuesta a una consigna del Taller. Luis propuso escribir sobre una figura histórica, que ya había surgido en el año anterior por otros escritores del taller. Entendí que era ficción basada en datos históricos, no un relato histórico porque no soy historiadora.

Surgió porque los integrantes del taller (algunos hace 5 años que van ,querían escribir una novela) en fin que entre charla va y viene apareció el Gral. Justo J. de Urquiza .

Y así nació "Medarda"

Medarda 

Los golpes  en la puerta fueron tres y retumbaron en toda la casona 
Sara estaba sola, sus hijas en el Colegio, su empleada, de compras en el mercado de la plaza. Sintió en el corazón fuerte palpitaciones que se repetían a menudo cuando tocaban a la puerta de ese modo.
Recién llegaba de la tienda. Dejó sobre la mesa victoriana el paquete con un corte de terciopelo negro y un sombrerito como los que había visto en esa revista de modas que hacía furor en Italia .

Caminó con elegancia heredada de sus ancestros. Descolgó las llaves y abrió. El oficial de policía  le entregaba una nota escrita a máquina , breve con fecha 7 de abril de 1910 .

Mientras leía, otra vez la sangre bullía en su cuerpo, ancestral, premonitoria. La notificación con sello de la comisaría del  Distrito Molino, en letra mecanografiada decía:
”Sra. Sara, su madre ha fallecido en horas de la noche del día de ayer .Se desconocen aún causales de muerte. Deberá presentarse a efectos de reconocimiento y toma de decisiones para funeral y sepelio.

Firmó acuse de recibo, saludó al agente y cerró la puerta.
Iré sola, pensó. No quiero que me acompañe nadie, ni mi esposo, ni las niñas, ellas no se enterarán hasta mi  regreso de la muerte de su abuela.
Telefoneó a Don Hilario para que le enviara un coche de alquiler. Así como estaba vestida se colocó el sombrero y tomó una sombrilla francesa, obsequio de su tía Concepción .El coche llegó pronto.

Diríjase a la  estancia de San Joaquín de Miraflores, Distrito Molino, le dijo al chofer. El viaje no duró mucho. Eran apenas 10 kilómetros de la ciudad. El camino estaba bueno, por suerte no había llovido en días .Mientras observaba por la ventanilla la frondosa vegetación polvorienta el interrogante por qué había fallecido su madre era incesante. Gozaba de buena salud como todas las mujeres de la familia. Era fuerte, recia, adusta aunque con ella tenía un especial afecto y se lo demostraba con entrega de joyas como aquel collar de perlas que solía usar en las tertulias de Doña Pascuala. También  algunas veces  de visita en la ciudad, llevaba a unas sobrinas  a pasear por la plaza del centro y comprarle helados. También en dos ocasiones las invitó a navegar en el lago del Palacio de su bisabuelo, a jugar rondas y cantar canciones en sus jardines.

No lloraba. Las lágrimas tampoco le salían fácilmente ni ante la muerte de su madre. Ella le enseñó a no andar derramando lágrimas por cualquier cosa  y así fue como secándosele los ojos. Pero ahora no era cualquier cosa, su madre estaba muerta. Igual el llanto estaba lejano.
El auto se acercaba a la finca. Vio dos coches Ford estacionados en la entrada y apostados en el palenque, tres caballos.
El Jefe de Policía que la había visto desde el interior de la casona se apresuró a recibirla. 
Mucha gente, pensó.  Policías y toda la servidumbre en el salón, en total eran ocho, entre sirvientas, casero, chofer y jardinero.
Subió al dormitorio de su madre junto al Doctor de la familia.

En la cama yacía Doña Medarda con los ojos entreabiertos, el cuerpo descubierto, aún con el camisón puesto. En el bordado de encaje, dos gotas de sangres secas.
Sintió que las manos no le temblaban, su corazón no palpitaba, sus ojos no lloraban.
Se sacó el sombrero, los guantes, se sentó en el tapete que el agente le acercó y observó el rostro de su madre.
Sobre la frente, un orificio con pólvora aún podía olerse.
La cabeza inclinada hacia la derecha de la almohada .El agujero  por detrás de la oreja izquierda mostraba el tiro certero.

Por la boca un  hilo de sangre, aún fresca, marcaba una suave pero imborrable pincelada por la mejilla , igual como la de aquella foto que le había mostrado su madre cuando asesinaron a su abuelo. 

Otra vez el olor a muerte, a sangre y a pólvora le quedarían impregnadas en su memoria, en el cuerpo, en toda ella.
No preguntó nada, el médico forense la ayudó a incorporarse y bajar las escaleras hacia el salón
El jefe de policía le contó. Pero ella ya lo sabía. 

A Dorotea Medarda Urquiza de Sagastume la había asesinado Antonia Muñiz. Toña, la adolescente de 15 años que servía a su madre. Toña la odiaba desde que Doña Medarda le había prevenido que su novio no se acercara más a la finca.
Lo había echado a rebencazos la tardecita que lo vio con Antonia conversar en la cerca.
La había insultado. 
Le había dicho “negra de mierda”. 

-La próxima vez que lo vea rondando por acá te lo quemo con agua caliente-.

Por eso, por los rebencazos y por lo de negra de mierda la idea la obsesionó días y noches. Esa noche Antonia  lavó la loza y sus manos con abundante jabón. Se fijó que todos ya se habían ido a dormir y subió al dormitorio de su patrona. Abrió el cajón de la cómoda de estilo francés y buscó entre las sábanas el revólver Bull Dog, calibre 10 mm, niquelado, guardado celosamente por su dueña. Ella lo veía siempre cuando luego de plancharlas las acomodaba en esos inmensos cajones.

Escuchó a Medarda roncar. Se volvió al segundo cajón, lo abrió lentamente, suavemente, sacó la pistola .
A ella sí le temblaban las manos, a ella sí le corrían  las lágrimas cuando nadie la veía, a ella sí le temblaban las  piernas. 
Había juntado rabia y dolor. 

Enderezó su cuerpito flaco y encorvado. Con las dos manos bien limpitas acercó despacio el caño justo ahí, arriba de la oreja de Doña Medarda.

Cerró los ojos y disparó.

Abrió los ojos. Sin lágrimas. 

La miró aliviada.

Sin rabia, sin dolor, sin arrepentimiento.

Patricia Delaloye , marzo de 2019


Casa de la hija de Medarda de Urquiza, en Concepción del Uruguay , 1900
La de dos plantas con balcones .


Dorotea Medarda Urquiza de Sagastume .Hija de Justo José de Urquiza.

Antonia Muñiz, empleada doméstica quien confesó el crimen

Foto del Gral Justo José de Urquiza asesinado, con las marcas de puñaladas y sangre del pistolazo que recibió 


Fuentes:

ASESINATO DE UNA HIJA DEL GRAL. URQUIZA

El 6 de abril de 1910 en horas de la noche, fue asesinada en su estancia de San Joaquín de Miraflores, Distrito Molino, Dña. Dorotea Medarda de Urquiza Vda. de Sagastume, hija reconocida del Gral. Justo José de Urquiza, en su relación con Cándida Cardozo Pérez.
Al llegar las autoridades, la señora Medarda (como habitualmente se la conocía), se encontraba en su cama, presentando una herida de bala en la cabeza, con entrada por detrás de una de las orejas y salida por la frente.
Desde un primer momento se sospechó que el autor o autores del hecho era del entono cercano a la víctima, por lo que fueron detenidos quienes integraban el personal de la casa: Valentina Fernández, Antonia Muñiz, Ana López, Rosario Almada, Luis Benítez, Juan Balbi, Máximo Segovia y Juan Pereyra.
El cuerpo de Medarda fue trasladado a Concepción del Uruguay y velado en la capilla ardiente montada en la casa de su hija Sara Sagastume de Chiloteguy.

El sepelio se realizó en el panteón familiar del Cementerio Municipal. Una gran cantidad de personas acompañaron a pie a la carroza fúnebre que trasladó sus restos.
Finalmente, la menor detenida de 15 años de la servidumbre de la señora Medarda, Antonia Muñiz, se confesó autora del crimen, al cual lo había premeditado. 
Para tal fin, utilizó el revólver Bull Dog, calibre 10 mm, niquelado, propiedad de la señora y que esta guardaba en un mueble de su dormitorio. 
Muñiz ocupaba una habitación contigua. Siendo aproximadamente las 10 de la noche y al comprobar que su patrona se encontraba profundamente dormida, se acercó con el arma martillada y le efectuó un disparo.
Inmediatamente, luego de colocar el arma en el cajón de la mesa de luz, tomó las llaves con las que abrió la puerta y dio aviso al resto del personal que se encontraba durmiendo.
La joven habría tomado esta determinación por el resentimiento generado por una actitud violenta que la señora Medarda había tenido un tiempo antes con ella. Enterada que un pretendiente suyo había entrado a la casa en horas de la noche “sin pedir permiso”, haciendo alarde de su carácter fuerte, echó a rebencazos al joven y la reprendió duramente a ella.

Medarda había nacido en Gualeguay, el 8 de junio de 1847 y era viuda del Dr. José Joaquín Sagastume.

Fuentes: 
Omar Alberto Gallay
Trisemanario La Juventud – Concepción del Uruguay. 
Revista Caras y Caretas – Buenos Aires. 
Balmaceda, D. (2011) “Biografía no autorizada de 1910”. Buenos Aires. Ed. Sudamericana.




Flores de manzanilla 

Paz había guardado aquel papel en algún sitio. Nunca se acordaba dónde dejaba las cosas. Ni siquiera las importantes, como esta. No era un papel, era un pedacito de cartón de una caja de medicamentos. Sí, ahora empezaba a hacer memoria .Cuando en el bar le dijo, te lo escribo acá y sacó la cajita, arrancó el cartón y anotó algo. Tenía que encontrarlo. 

Miró el reloj. Las 17 y 30 . Era jueves. Sobre la cama, el cuaderno con la novela que desde hacía dos años intentaba  escribir. El cuerpo le dolía. El estómago también .Garabateó frases estériles  toda la noche y la mañana. Sólo unos tés de arándanos y unas galletas de arroz le pasaron por la garganta luego de una siesta. Se fijó si quizás entre las hojas.

En el desorden de libretas, agendas, libros, ropa, en algún lugar estaría. Abrió el primer cajón del mueble, revolvió y nada. Abrió el segundo, levantó los paquetes de cigarros que le gustaba coleccionar y allí adentro de un , el cartoncito con la dirección, el día, la hora.
Lo dio vuelta y decía Saphris 5mg en letras blancas sobre un color púrpura. Le gustó la palabra. Como esos nombres de musas y dioses griegos. Le quedaba una hora para llegar.
Se había encontrado una tarde cualquiera con ese ser tan inusual 

Fue en el bar frente a la facultad donde dictaba una sola cátedra .Tomaba como siempre  su té de arándanos .La camarera se acercó y le dijo que la persona sentada en la esquina de la barra preguntaba si podía venir  a hablarle. Hasta ese momento no se había fijado que hubiera un alguien .Casi nadie se sentaba allí. Asintió con la cabeza -no hay problema -le respondió. 

Mientras hablaba con la camarera aprovechó para escudriñar a la otra  criatura su extraña apariencia. No por la vestimenta ni por el cabello o algo de su  aspecto físico. Sino por el modo en que su cuerpo se posicionaba sobre la banqueta. Las rodillas muy juntas hasta los pies que calzaban unas zapatillas negras abotinadas. La espalda un poco encorvada sostenía al parecer un cuaderno o libro. No  la veía bien desde donde estaba. La persona bajó de la banqueta y pasó por entre varias mesas vacías, como midiendo sus pasos. Apretaba el cuaderno o libro sobre su pecho. Se acercó.  

-Sentáte- le dijo Paz. Y se sentó. Dejó la bolsa en otra silla .Ahora con la luz que entraba por la ventana pudo apreciar su rostro. La piel muy blanca. De una blancura transparente .Como esos pétalos de los lirios. Los ojos verdes musgo, hundidos entre unas ojeras violáceas. Las pestañas y cejas tupidas de un castaño oscuro. El pelo corto, le recordó a esa poeta de apellido polaco enamorada  de Juan Ramón Jímenez. Había visto sus fotografías, las esculturas de Adán y Eva. Se había suicidado a los 21 años por amor al escritor. Una tragedia literaria.

-Estuve observando la clase -le dijo con voz ronca y bajita. También escuché atentamente toda la conferencia. 

Esto  detuvo  los pensamientos de Paz.
-Anoté en mi cuaderno algunas ideas pero me gustaría saber más. Sobre todo lo referido a la violencia en el arte y en las representaciones a través de la iconografía religiosa. Las pinturas que reprodujeron los secuestros y violaciones de diosas, mujeres y otros seres de la mitología griega, hebrea o romana. Estudio arte y pinto. Me enteré de su clase anoche. Me pasó un compañero el mensaje. Por eso  esperé acá, sé que viene a beber su té los jueves. Me interesa mucho el tema pero no tengo plata para comprar libros ni fotocopias. Así que me atrevo  a preguntarle si puede prestarme algún apunte, libros, algo, cualquier cosa me sirve. Se lo devuelvo ni bien los lea, los copie y transcriba lo que necesito .Sé que usted no me conoce pero tiene que confiar en mi. 
Paz interrumpió con la frase: 

-Está bien no tenés que explicarme nada, pero tenemos que acordar si vas a buscarlos o te los alcanzo. Decime vos.
- ¿Cómo te llamás? –
-Tánek, me llamo Tánek, me pusieron  ese nombre solamente, es de origen ucraniano. No conozco a mi padre.-dijo bajando la mirada.

Paz sorbió su té para disimular la intriga  

-Vivimos en la aldea Santa Lucía. Estudio arte en la Universidad Popular. Y  hago retratos en la estación, ahí puedo vender mejor Como viaja mucha gente hacia varios pueblos y tienen que esperar a veces me piden retratos o cuadros del paisaje. El jefe  es muy bueno. Me deja guardar mis pinturas, pinceles y láminas en la oficina .Como el tren para Santa Lucía sale a las 19 y 30 , luego de la universidad que termina a las 17, camino hasta la estación y ahí me quedo dibujando, pintando, haciendo retrato.

-¿Usted también pinta?
-No, no pinto -dijo Paz y llamó a la camarera. ¿Qué querés tomar?
 -Lo que usted pida.
-¿Te gusta el té de arándano? 
-No sé, nunca probé.
-Traé dos tés y unas vainillas -,le pidió a la chica del bar. 
-Escribo o intento escribir una novela (rápidamente  recordó para sí que en dos años sólo había escrito un poco más de diez hojas con frases tachadas y palabras reemplazadas hasta cinco veces)
 - Ah y no me trates de usted, por favor.
-Bueno, asintió Tánek bajando la mirada .

-¿Y por qué te interesó tanto el tema de la clase de hoy?

Mientras esperaba su respuesta veía cómo su mano,los dedos largos, nerviosos,  las uñas cortas y por debajo con restos  de negrura llevaba la taza de té a la boca con un ligero temblor. Entonces dijo:

-Siempre me atrajo saber por qué en las imágenes religiosas, hay varias en la parroquia de la aldea, también en la biblioteca, aparecen pinturas  de mujeres que sufrieron martirios. Como el de Apolonia, la desdentada  o como la de Siquem que rapta a Dina, la hija de Jacob. Mi abuela que era maestra trajo de Ucrania dos grandes tomos de Historia Universal y allí también tengo señalados los cuadros que han pintado sobre raptos, secuestros, violaciones. Por ejemplo el rapto de las sabinas, el de Perséfone, el de Deyanira, el de Europa. Ella, en la infancia me contaba que eran mitos, que no habían ocurrido en verdad. También en esos libros están las pinturas de las violaciones a Lucrecia, el acoso de los viejos a Susana, las mujeres de Los caprichos de Goya y varias más.

A Paz le impresionaba la pasión de Tánek ,sus conocimientos  y los detalles familiares 

-Y el material bibliográfico que mencionaste hoy me agradaría leerlo y tenerlo para ahondar más en el tema. Mi tren ya está por salir  y tengo que caminar 15 cuadras hasta la estación .Entonces -¿me los podés prestar? 

A Paz le intrigaba saber más, conocer a su madre, a su abuela, esos libros .Entonces se apuró a decirle 

-Te los alcanzo a la estación. -¿Cuándo volvés a viajar?  -Además me gustaría verte trabajar, como pintás. 

Antes que le preguntase más, Tánek con rapidez sacó algo de la bolsa y en el cartoncito que ahora tenía en sus manos escribió: jueves, 18 y 30, Estación San Gregorio, calle Los naranjos, 1136 y se lo dio.

-Bueno, te espero y gracias. El té me gustó mucho.
Tanek  salió con su mochila al hombro, arreglándose el flequillo que le cubría los  ojos enormes

Hacía mucho tiempo que Paz no iba a una  estación de trenes. Muchísimos años .Nunca desde que dejó de ir a San Marcos, ese pueblo que se extinguió entre los montes cuando privatizaron los trenes. Si hasta creía que no existían más. No se enteró  que había vuelto a marchar esta línea. Es cierto que ya no leía los diarios ni miraba los noticieros. Se había resignado a subsistir con la jubilación, la cátedra y enfocarse en escribir la novela. 
Con el cartoncito en la mano Paz se dirigió a la estación.Era una tardecita de otoño así que iría caminando. Se peinó, buscó los libros y las fotocopias que había mandado hacer a la mañana, los puso en el portafolio de cuero. Se colocó los lentes oscuros de sol y salió exultante Se sentía feliz porque ese día era especial. Vería a Tanek otra vez, deseaba ver como pintaba. Sentía deseos.

Faltaban tres cuadras para Los naranjos, esa parte más antigua de la ciudad  era perturbadora, como ingresar en otro tiempo. Y experimentaba una sensación intensa que no podía definir.
Caminó con pasos lentos el empedrado gris lustroso hacia la entrada principal. Observó bastante gente con sus maletas de viaje.Algunos perros  y un par de ancianos dormían en  bancos de madera antiguos. Se paró en la galería y miró hacia la izquierda, varios hombres, unos fumaban, algunas familias con sus hijos. Unas mujeres con canastos conversaban .Giró hacia la derecha y al final de la galería, vio a Tanek. Estaba sobre el piso, con las piernas entrecruzadas y con una lámina en la que retrataba a carbonilla en ese momento a una chiquilina de pelo colorado, lacio y con pecas.Alrededor, una valija pequeña con pomos de pintura y pinceles. Estaba de espaldas. Así que pudo ubicarse detrás antes que se diera cuenta que había llegado. Así podía observar la escena en silencio. Con  movimientos ágiles, seguros ,Tánek tomaba una carbonilla gruesa, otra más fina , con los dedos esfumaba, suavizaba, remarcaba líneas y, dibujaba trazos perfectos. El retrato era un espejo de  la niña en un claroscuro impecable. Hasta puso rigurosa dedicación en las pecas.
-Listo . ¿Te gusta?- Le preguntó a la pecosa. –
 -Sí , me encanta, la niña se veía emocionada. 
No pudo ver bien cuánto le pagó su madre. Seguro habían arreglado antes  el precio .Tánek  metió el dinero en un bolsillo de la campera y al levantarse se encontró con Paz . 

-¡Ah! qué bueno que viniste. ¡Te acordaste!

Paz le entregó el paquete con  libros y fotocopias .Los ojos de Tánek se hicieron más grandes y brillaron como cuando hablaba de los cuadros  de las violaciones.
Paz quería decirle muchas cosas, preguntarle, pero no le salían las palabras. Tánek acomodaba todo muy prolijamente justo cuando se acercaba inminente el tren con ese chillido típico que anunciaba la próxima partida. Santa Lucía, gritó el guarda .Se miraron y Tánek con firme decisión le dijo:- ¿venís conmigo? Dale ¡Vamos!
Paz sintió algo ajeno a su carácter racional, de poco dejarse llevar por las emociones o los impulsos. Tánek tenía como una fuerza que contagiaba. No le dio tiempo a decir sí o no.
Y así quedaron frente a frente viajando hacia Santa Lucía.

Con un trapo Tánek se limpia las manos. Y le dice en un tono casi imperativo:
- Te voy a retratar.
Paz parece no escuchar los  ruidos que hace el vagón sobre los rieles centenarios.Su mirada recorre minuciosamente todo el rostro de Tánek.
Tánek hace lo mismo. Y comienza a hacer los primeros trazos .Y otra vez el mismo ritual, una carbonilla marca suavemente bordes y contornos.  luego  reafirma el esbozo. Otra que se quiebra, las manos que se mueven como alas. Las yemas de los dedos difuminan, sombrean, aclaran .Unas líneas más finas, otras más gruesas. Por la ventanilla ve pasar como en una película árboles, vacas, una laguna, garzas, casas de lata, de colores chillones, un santuario con cintas  rojas.
Una antigua casona con un gran portón de hierro. El sol está escondiéndose. 
-Ya está –escuchó. Tánek da vuelta la lámina y le muestra a Paz su retrato. 
-Justo. Mirá, ya llegamos. 
Paz  vez ve como el guarda avisa que llegan a Santa Lucía. Cree haber quedado sorda. No ha escuchado ningún silbido. Tampoco los ruidos de las puertas que se abren. Todo está en silencio. Sólo oye la voz de Tánek que le hace la invitación a bajar ,a visitar su casa: 
-Tendremos que ir por atrás de la estación, es cerca, seguíme-
Recorren un camino aplastado de pastos secos. Es muy angosto y ya ha oscurecido. Tánek va adelante con sus bártulos y Paz por detrás .Llegan a una rústica casa de principios del siglo XIX , de dos pisos , de estilo inglés. Un farol ilumina tenue la entrada.
Cuando ingresan  no hay nadie .Paz le pregunta por su madre y abuela.La criatura le dice: 

-Mi madre está acá sentada  en el sillón. Al lado de la estufa, no habla mucho, es callada , reservada como todos los inmigrantes. Tampoco habla muy bien el castellano. 

Paz no distingue  a nadie .No hay ninguna madre allí. 
-¿Y tu abuela? –le pregunta
-A esta hora está en misa llega para eso de la cena. Sentáte .Voy hacer té-le responde Tánek
Pone una caldera a calentar en la antigua cocina. Y trae dos tazas de porcelana blanca con paisajes de casitas  en azul.
-No tengo de arándanos y se sonríe por primera vez.
Paz tiene una sensación rara, una extraña impresión de estar viviendo un episodio novelesco, algo temerario se respira en esa casona. Pero cuando Tánek habla, lo hace con tranquilidad pasmosa.

-Voy hacer té de manzanilla . Para mi madre,  té negro. No le gusta la manzanilla.Compré unas vainillas como te gustan. 
Y las puso en la mesa. Y siguió hablándole.

-Un hombre siempre le traía muchas flores de manzanilla. Ramos inmensos que ella colgaba  del techo de la cocina. Siempre estaba todo con aroma a esas flores.Pero una vez,- me contó mi abuela- que el hombre de las manzanillas vino borracho y mi madre no lo quiso atender. No le quería abrir en esas condiciones. Tenía razón ¿no? Entonces él empujó la puerta y entró. A mi abuela la encerró en el dormitorio de arriba y le puso una tranca de madera, esta que está acá -.Y señaló algo donde no había nada más que un vacío. Y agregó:  
-La abuela escuchó que el hombre le dijo a mi madre que  le iban a costar muy caro ese día las flores.
Tánek servía el té y seguía contando .
-Dice la abuela que mi madre le preguntaba por qué le hacía eso , que nunca le cobraba, que él siempre se las regalaba. Hasta que no se oyó ningún ruido. Sólo un golpe seco y nada más. 

Tánek bebía y se acercaba la taza a los labios, entrecerraba los ojos y bebía pequeños sorbos.

-Cuando mi abuela pudo destrabar la puerta y bajó, encontró a mi madre con un ramo de flores de manzanilla en las manos .También tenía una corona de flores amarillas en el pelo .Y toda la habitación olía a esas flores. Mi madre estuvo  enferma  muchos meses después de eso. Hasta que nací yo. Y después también. Pero luego se curó. Eso sí, no habla mucho .La abuela dice que a mi madre no le gusta ese té por eso que sucedió aquel día .Al hombre no lo vieron nunca más. La abuela  me contó todo esto cuando yo era más grande. A mí sí me gusta .No sé, es como que tengo deseos de beber manzanilla siempre. Y mi madre está viejita, ya no se da cuenta de las cosas. Por eso casi ni habla ni te ve.
-¿Te gustó el té? ¿Y las vainillas? -no comiste ninguna. En 15 minutos vuelve a pasar otro tren para la ciudad. Gracias por los apuntes y libros. Voy a escribir un ensayo con este tema. Lleváte el retrato. Esperá que lo firmo .Y con una carbonilla escribió Tánek con una T grande  en imprenta que iba por encima de las otras letras.
Paz no sabía qué decir. Tomó el retrato y el portafolio. Ahora sí empezó a sentir más claramente los sonidos, de a poco, escuchó el retumbar del tren sobre los rieles acercándose y a Tánek que le decía:

-Te acompaño hasta la estación. 
Abrió la puerta en el momento que llegaba una anciana encorvda de grandes ojos verdes y luminosos .Se saludaron con un apretón de manos. Salieron. Otra vez Tánek  adelante, Paz detrás. Por el camino de pastos secos. Aplastados.
Llegaron junto con el tren. Antes de subir Tánek le dio un abrazo fuerte y le dijo al oído con esa voz ronca y raramente dulce:
-Gracias, ni bien  lea los libros, te los devuelvo, lo mismo que las copias
-No, quedáte con todo, te los regalo-le contestó Paz.
Subió, se sentó y puso la mano contra la mano de Tánek  a través del vidrio de la ventanilla. El silbido sonó y se separaron. El tren comenzó a marchar .Cerró los ojos, aún le quedaba el  gusto al té en la boca.
Sintió por fin que iba a poder terminar su novela.
Se llamaría Flores de manzanilla.


Patricia Delaloye 

Colón 23 de abril 2019 Colón , E.R.

 El rapto de Deyanira
Guido Reni (Barroco)


 El rapto de Proserpina o Perséfone 
Rubens, P. Pablo



Susana y los Viejos, de Artemisia Gentileschi. 



  



Flores de paraíso 


Hay una niña de ocho años parada al lado de la mujer madre.
No hay nada más antes de eso. Es esa imagen. Hay penumbras en la habitación. Hay oscuridad. Hay olor a humedad. La mujer madre  tiene levantado el ruedo del vestido hasta la mitad de los muslos. Son blancos casi transparentes. Sobre ellos manos. Los dedos con uñas filosas se incrustan en la piel .Un hilo de sangre se desliza por unas venas finitas de color morado y azul. El corazón de la niña se estruja. Palpita. Aprieta los labios .La voz de la mujer madre  repite con un gemido ronco por qué, por qué .Está sentada sobre la cama. 
La niña no pregunta. Un enigma le crece en el cuerpo. La mujer madre no se da cuenta, no la mira, no la ve. Ella se va al patio .Se arrodilla y se sienta bajo el paraíso a juntar flores .Va hacerse un collar, lila y púrpura como las venas de los muslos de la mujer madre. Con  una aguja  e hilo negro para no perder el enhebrado. Será perfumado para no oler más la humedad. Las flores están en el piso, en racimos .Tienen cinco pétalos blancos y un tubito violáceo en el medio. Ella desgaja cada florcita y las coloca en una caja de zapatos .Hace un nudo doble en la punta de la hebra,  lo ajusta  para que no se escapen  .Y empieza la ceremonia. Una por una con minuciosa habilidad pincha en el medio de la flor y la hace correr hasta el nudo. Así, una a una forma el collar. Está sumida en una atmósfera impenetrable. Sólo la interrumpe de a ratos el grito de una criatura que se arrastra agachado en el patio de la casa vecina. No se asusta porque está acostumbrada .Desde que nació siempre  la vio ahí sobre la tierra, entre almácigos de cebolla, albahaca, flores y plantas. 
-¡Auroraaaa! - retumba en todo el fondo de las dos casas separadas por un alambrado. Ella sigue enhebrando flores. Esa labor le hace olvidar lo que hizo  la mujer madre. Se mide el collar. Sí, está perfecto. Une las puntas de los hilos y les hace varios nudos para que no se desate.
Cierra la tapa de la caja y se coloca el collar
Deja la caja en el armario y va a la casa de su abuela. Pasa por detrás a través del pasillo. La abuela está tomando mate con su padrino. Aunque es el esposo de su abuela nunca le dijo abuelo. Siempre  le dijo padrino. Debe ser desde que la bautizaron. Ella nunca preguntó por el padre de su padre. Tampoco le contaron porque su padre se fue de la casa.

-¡Qué bonito collar!-le dice su abuela. 

Y le trae un banquito para conversar.




Patricia, abril 2019








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